22 octubre, 2008

Seísmo en la oficina


(Ilustración: Velázquez/El dios Marte)


Andaba la oficina soliviantada de repente. Los cuchicheos no cesaban: iban y venían de una esquina a otra, botaban y rebotaban en las cuatro paredes. Uno decía que era verdad, que el Babas había hecho un comentario que lo confirmaba todo, algo así como que sus abundantes carnes nunca habían disfrutado de una sensación semejante; otro, por su parte, repetía que el Palomo se jactaba de decir que, al fin, había encontrado el deseo y la pasión; los demás, en corrillos aquí y allá y entre dimes y diretes, apostaban que había sido en el baño o en el archivo, en el coche de el Babas o en el garaje contra una columna, aunque alguno afirmó que había sido sobre la mesa de el Babas una tarde que se quedaron solos en la oficina y que los bramidos de éste se escucharon hasta en la iglesia durante la misa y que sus sudores encharcaron más de un expediente.
—Ay, el amor, Babitas —llegó a decirle el más atrevido.
—¡Tú tanto presumir de mujeres, Palomo, y ahora para esto! —susurró otro, sin dejarse oír, mientras movía unos papeles a la altura de la cara para tapar su sonrisa maliciosa.

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