27 octubre, 2008

La luz del amanecer


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Escuchó el berrido de su amada dentro de aquella cueva donde se ayuntaron con apenas quince años, y a fe que el hombre se estremeció, y a fe que aquel hombre sintió que se quedaba sin alma y sin corazón, como si fuera la muerte quien lo poseía, la misma muerte que a su entender acababa de llevarse a su amada al parir, y entró buscando en la penumbra el cuerpo frío de su compañera.
—Aquí tienes la luz del amanecer, hombre mío —dijo ella.
—Kantatayita se llamará —logró susurrar el hombre entre sollozos cogiendo aquella hermosura entre sus manos.

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