11 mayo, 2010

La llamada de la triste verdad


(Ilustración: Sileno Borracho/Peter Paul Rubens)


(Escrito para CanariasAhora Radio y leído en su programa "El correíllo" el día 11 de mayo de 2010)


Aquel viernes llegó ilusionado a su casa después del trabajo. Entró silbando, tiró sobre el sofá el maletín donde nunca llevaba papeles sino bocadillos, se dirigió a la cocina y le estampó a la mujer de su vida un beso sonoro en los labios al tiempo que le pasó sus manos abiertas por el trasero; luego, raudo, como una exhalación, se dirigió a la habitación de los niños, quienes se le colgaron del cuello y le arrancaron la promesa de que no dormiría la siesta después de comer, porque deseaban estar cuanto antes en el apartamento de la playa: querían estrenarlo enseguida.
Era un hombre feliz. Acabó de quitarse la ropa en el baño. Meó en el lavabo y se miró en el espejo con una sonrisa abierta. Cuando le llegó el olor de la comida que le preparaba su mujer, sin dudarlo, mientras se ponía un pantalón corto y una camiseta con publicidad de unos grandes almacenes, se consideró afortunado por la esposa que le había tocado, porque gracias a ella, tan ahorradora aunque él no se lo podía explicar, en pocos años, ya tenían la casa pagada y ahora se habían comprado el apartamento, lo que le permitiría los fines de semana pasear por la playa al amanecer y correr chapoteando a la hora del ocaso y tomarse una cerveza en el balconcito escuchando sólo el rumor del mar, tan distinto al ruido ensordecedor de las máquinas de la fábrica. Pero sonó el teléfono y lo cogió para su desgracia, porque en aquel instante se acabó toda la ilusión y el amor que guardaba dentro el pobre hombre.