15 enero, 2014

El Premio Canarias de Literatura: un pedestal para el olvido


Por Daniel María

El Premio Canarias de Literatura nació para olvidar. Esto podemos suponer si se tiene en cuenta la enorme discordancia que perdura entre los galardonados y quienes nunca lo fueron. La importancia o necesidad de los premios suele ser objeto de debate, pero ya que este galardón existe y se lleva otorgando desde 1984, es preciso atender qué ha venido a aportar, a señalar o a distinguir desde su creación. Nació como el máximo galardón que recaería en las figuras esenciales de las letras canarias; así lo demostraron las primeras concesiones anuales e ininterrumpidas desde Domingo Pérez Minik, que inauguraría la lista de ilustres, seguido de Agustín Millares Sall, Ventura Doreste, María Rosa Alonso, Juan Marichal, Rafael Arozarena, Isaac de Vega, Pedro Lezcano, Manuel Padorno y  Carlos Pinto Grote, a partir del cual la edición del premio pasaría a ser bienal y a recaer en Luis Feria, Sebastián de la Nuez y Justo Jorge Padrón. Luego, el Premio Canarias de Literatura pasaría a concederse cada tres años, siendo los galardonados hasta la fecha Juan Cruz Ruiz, Arturo Maccanti, Juan Manuel García Ramos, José María Millares Sall y Luis Alemany.

La prensa local y los corrillos literarios insulares acogen distintas versiones, dimes y diretes acerca de las enemistades, los pactos, las traiciones, los desaires y las venganzas que unos a otros como jurados, asesores o simpatizantes han protagonizado. Los hechos son los hechos. Y los hechos derivan en olvidos y vergüenzas que hieren la sensibilidad de cualquier lector o de cualquier estudioso, por pocos que seamos, de la literatura canaria.
Los premios honoríficos de esta envergadura se asumen como distinciones a la excelencia, al quehacer constante, a una vida entregada a la literatura y a una escritura fundacional, en la medida en que a estas alturas se pueda alcanzar la originalidad, o precisamente por eso mismo, porque parece que todo está escrito, haber aportado un camino nuevo, una mirada diferente y bella. Bien también que, en ocasiones, un autor de escasos títulos ha logrado una contribución extraordinaria; bien también que poco publicado no significa poco escrito. De igual modo, los ensayistas, críticos e investigadores de la literatura canaria o nacidos en las Islas y que hayan dedicado sus esfuerzos al estudio de las letras universales constituyen parte inherente de esta herencia. Con todo, un galardón como el Premio Canarias de Literatura deviene en conformar una continua y actualizada mesa de edad de nuestras letras, un espacio donde sea posible identificar el patrimonio literario del Archipiélago. Siguiendo esta visión del asunto, es descorazonador atender a los datos que se ofrecen a continuación: Félix Casanova de Ayala muere en 1990 a los 75 años, Andrés de Lorenzo-Cáceres muere en 1990 a los 88 años, Joaquín Artiles muere en 1992 a los 89 años, Josefina Pla muere en 1999 a los 96 años, Domingo Velázquez Cabrera muere en 1999 a los 88 años, Alejandro Cioranescu muere en 1999 a los 88 años, Sebastián Sosa Barroso muere en 2001 a los 77 años, Digna Palou muere en 2001 a los 68 años, Josefina de la Torre muere en 2002 a los 95 años, Pino Ojeda muere en 2002 a los 86 años, Pino Betancor muere en 2003 a los 75 años, Antonio García Ysábal muere en 2008 a los 69 años, José Antonio Rial muere en 2009 a los 98 años (se le otorgó la Medalla de Oro del Gobierno de Canarias en 2007, no sabemos si debido a que dicho año no tocaba conceder la categoría de Literatura), Ana María Fagundo muere en 2010 a los 72 años, Manuel González Sosa muere en 2011 a los 90 años. En el caso de Pilar Lojendio, la poeta murió tempranamente -en 1989 y a los 58 años-, al igual que Natalia Sosa Ayala (que murió en el año 2000 a los 62 años), Esperanza Cifuentes (fallecida en 2002 a los 58 años), Alfonso O’Shanahan (que murió en 2009 a los 65 años) y Amadou Ndoye (que murió en 2013 con 66 años). No obstante, de continuar vivos recibirían, indudablemente, el mismo trato. 

Todos ellos forman parte de la valiosa fortuna de la literatura canaria. Son escritores relevantes de nuestras letras que, en vida y para pavor de todos, contaron con el olvido de la oficialidad como incesante compañero de fatigas. El caso de José María Millares Sall es tan vergonzoso como patético. Cuánto hacía que uno de los más inmensos poetas que han dado las letras canarias merecía este galardón como para venir a suplir la deuda y el desaire meses antes de su fallecimiento en 2009, a los 88 años de edad, cuando las fuerzas del poeta flaqueaban y desde hacía unos años gozaba de una merecidísima atención (tan lograda como tardía) de editoriales, medios y críticos. Descubrimiento que propició la concesión póstuma del Premio Nacional de Poesía en 2010. Casi ninguno de ellos goza actualmente de una edición de sus obras completas (la literatura canaria está repleta de inéditos ignorados), apenas subsisten sus títulos en las bibliotecas y la inmensa mayoría de los estudiantes de Filología de las universidades canarias los desconocen (aludo a estos por su evidente proximidad), ya que, salvo insólitas excepciones, estos autores no tienen cabida en los programas curriculares, de lo que resulta natural que no sean objeto de estudio de Trabajos de Fin de Grado, de Fin de Máster, Tesis doctorales, etc.
Por otro lado, viene a colación cuestionarse a qué derivan sus presupuestos, por escasos que resulten en estos tiempos, las instituciones culturales que incluso en su nomenclatura aluden a los estudios, las letras o la cultura canarios y que no fomentan la creación de becas que permitan a estudiantes, licenciados y graduados dedicar sus esfuerzos al rescate, la visibilidad, la reivindicación y la dignificación de autores y obras de la literatura canaria. Estas instituciones están pobladas de profesores universitarios y de intelectuales de reconocido prestigio, pero desde sus privilegiadas posiciones no actúan en consecuencia con el sentimiento y la pasión que se les presupone; es decir, aquello que un día les movió a atender a la literatura canaria. 
A mis oídos ha llegado que se maneja el criterio de que otorgar el Premio cada año puede originar la devaluación del mismo; esto es, que se agoten los buenos escritores y comience a recaer en manos de autores mediocres. Cabe preguntarse entonces, atendiendo a la sangrante lista de olvidados, si esto no ha ocurrido ya. ¿El Premio Canarias de Literatura sobrevive para calmar egos de imposibles Premios Nobel, pagar fiados en bares y pensiones, saldar deudas por favores, enchufes o silencios? Además, ¿por qué llegó a entregarse ex aequo, contradictoriamente, en dos ocasiones: a María Rosa Alonso y Juan Marichal en 1987, y a Rafael Arozarena e Isaac de Vega en 1988? ¿Pensaban que se morirían pronto? Isaac de Vega mantiene su burla particular al respecto. 
¿Nació el Premio Canarias para ignorar la tristeza enraizada de Pino Ojeda, los lirios azules que a Pino Betancor le brotaban en los sueños, el pulso atlántico de José Antonio Rial, la muerte que enlutaba la tinta de Félix Casanova de Ayala, el marzo incompleto para siempre de Josefina de la Torre? Quisiera asegurar al Premio Canarias de Literatura diez años de esplendor proponiendo a los próximos galardonados, según mi criterio particular: Nivaria Tejera, Emilio Sánchez Ortiz, Andrés Sánchez Robayna, José Rivero Vivas, Jorge Rodríguez Padrón, Elsa López, JJ Armas Marcelo, Eugenio Padorno, Ángel Sánchez y Olga Rivero Jordán. Desearía igualmente la inclusión en esta lista de Juan Jiménez, Lázaro Santana, Juan José Delgado, Alberto Omar Walls, Yolanda Arencibia, Isabel Medina, Antolín Dávila, José Carlos Cataño, Sabas Martín, Víctor Ramírez, Juan Pedro Castañeda,  Emilio González Déniz, Rafael Fernández Hernández, Nilo Palenzuela, Cecilia Domínguez Luis, Olga Luis Rivero, Anelio Rodríguez Concepción, Víctor Álamo de la Rosa…; de cuyas obras y excelencias no sé qué consideración tendrán los futuros jurados, y a quienes el actual y estúpido carácter trienal del premio los puede eternizar hasta la omisión. 
Podrá permitirse el pueblo canario vivir ajeno a su literatura, pero quienes formamos parte de ella, quienes la consideramos con ese temblor en el pecho tan parecido al amor, no podemos más que enrabietarnos, incidir en la deshonra y señalar el hollín sucio de la infamia con que se pretende hacer historia desde la simpleza intelectual. Y este descalabro tiene responsables, pero cuenta también con remendadores: quienes ocupan los cargos en la gestión pública desde los que liderar el cambio de rumbo. No permitamos que subsista un pedestal para el olvido.

Con este artículo el autor consiguió el premio de periodismo Leoncio Rodríguez, convocado por el periódico El Día de Santa Cruz de Tenerife