El hijo más querido del mundo, incluso en el seno materno, nació con parsimonia, y lo nombramos Eduardo: ése eres tú.
Recuerdo al niñito apenas parido de ojos despiertos y observadores, junto a su madre, en la mejor madrugada de mi vida: me miró, lo miré, nos miramos, y pasé las yemas de mis dedos por el dorso de sus manitas recién oreadas a la vida. Hoy, en la lejanía, tú, donde desde chico quisiste estar, en Harvard, no te podemos regalar un “lego” para imitar a quien tanto te gustaba, el poderoso hidalgo Don Quijote de la Mancha, pero sí las palabras más sentidas y amorosas de papá y mamá, para felicitarte por tu santo.
Recuerdo al niñito apenas parido de ojos despiertos y observadores, junto a su madre, en la mejor madrugada de mi vida: me miró, lo miré, nos miramos, y pasé las yemas de mis dedos por el dorso de sus manitas recién oreadas a la vida. Hoy, en la lejanía, tú, donde desde chico quisiste estar, en Harvard, no te podemos regalar un “lego” para imitar a quien tanto te gustaba, el poderoso hidalgo Don Quijote de la Mancha, pero sí las palabras más sentidas y amorosas de papá y mamá, para felicitarte por tu santo.
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