01 abril, 2015

Conversaciones en la trastienda (3)


(Ilustración: Después del baño/Sorolla)

Debate: Para Isabel. Un mandala
Autor: Antonio Tabucchi
Fecha: 18 de marzo de 2015
Lugar: Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
            Las Palmas de Gran Canaria

                               Conversación con Isabel


Puedes pasar, Isabel. Gracias. Espero que te guste mi trastienda. Bueno, no sé, depende de tus intenciones; de todas formas, me parece un lugar placentero. No sé por qué dices eso. Tú sabrás lo que has pensado, y quizás hasta comentado durante todo este tiempo ¿A qué te refieres? Parece mentira que preguntes. No será por el mandala que pretendo confeccionar para ti. ¿Ah, si?; ¿un mandala para mí? Dejémoslo aquí, ¿te parece? Como tú quieras. Dime, ¿recuerdas a Mónica? Cómo no voy a recordarla, al fin y al cabo fuimos muy buenas amigas de juventud. Me ha hablado muy bien de ti, y recuerda con cariño la pesca de ranas, el cabrito que atado a una cuerda paseaban las dos por Barcelos y hasta el pan con forma de órgano viril que solían comprar y mostrar ante la vista de todos. Cosas de chiquillas, sin duda, pero fueron aquellos unos bonitos tiempos, unos veranos maravillosos, pero todo terminó cuando mis padres murieron en aquel maldito accidente de coche, aunque tampoco perdí mucho, no creas. ¿Es verdad que te convertiste en la universidad en una líder revolucionaria contra el fascismo imperante? Me convertí en mí misma, nada más. Dos poetas libres que nos honran, porque la poesía libre está hoy proscrita; ¿son palabras tuyas, no? Sí, lo son, pero lo que no sé es por qué tú las conoces textualmente; de todas formas, ya que veo el interés que tienes por mi vida, decirte que si ser yo misma supone convertirse en una revolucionaria contra el fascismo, pues lo soy, como también fui miembro del partido comunista, ¿y qué? Te alejaste de todo el mundo, Isabel, hasta el punto que todos los que te conocíamos apenas supimos nada de ti, de tu vida, de ahí tantas conjeturas acerca de tu persona, de ahí que te convirtieras para mí en un mandala que por más círculos que construya nunca he podido cerrarlo, alcanzar su centro. ¿No será que te buscas a ti mismo? Son muy injustas tus palabras, Isabel; he vivido durante mucho tiempo por ti y para ti; ha llegado a mis oídos que estabas embarazada de un supuesto novio español o de un escritor polaco, que fuiste abandonada por todos, excepto por tu tata y tus compañeros comunistas porque habías decidido abortar, que caíste en una depresión y te hallabas escondida en un lugar secreto que nadie se atrevía a revelar, incluso que te suicidaste, cosa que confirmó una necrológica publicada en el periódico donde se invitaba a la celebración de una misa en tu recuerdo. ¡Cuántas cosas te imaginas, Dios mío! No me he inventado nada, Isabel, puedes creerlo, y si no, contesta a mis preguntas: ¿sufrías asma de pequeña?, ¿tenías problemas psicológicos? ¿Quién te lo ha dicho, Bi? Sí, Bi: tu tata, tu nodriza. ¿Cómo te has atrevido?; ¿hasta ese punto has investigado mi vida?; ¡no tienes perdón! No te molestes, Isabel, sólo construí con esa buena mujer, quien tanto te quiso, un círculo más para tu mandala. ¡Es inaudito! ¿Sabes lo que me dijo? ¿Qué te dijo, mal hombre? Que de joven pensabas que todos los adultos tenían un amante, que tu madre tenía un amante en el cura párroco, que tu padre tendría seguro una amante en París, y hasta que asegurabas que cuando fueras mayor tú misma te buscarías un amante, un hombre engreído, que harías que se enamorara perdidamente de ti y luego procurarías que se muriera a fuerza de los disgustos que tú intentarías darle. ¿No te comentó que maté a alguien? No, Isabel, pero sí me citó a una intérprete de jazz, Tecs, que solía homenajear a Sonny Rollins tocando su saxofón, muy buena amiga tuya, por cierto, cosa que pude comprobar hablando con ella. ¡Eres un caradura! No, simplemente quise seguir adelante, encontrarte Isabel, y trazar mi tercer círculo del mandala en el cual cifraba todas las esperanzas de saber de ti. No me lo puedo creer, la verdad. Fue ella quien me dijo que habías sido detenida y que supo que te hallabas en la prisión de Caxias, incluso que cuando volvió de Estados Unidos le dijeron que te habías suicidado tragándote unos trozos de cristales, pero yo no la creí, porque investigué hasta en los archivos del ayuntamiento y allí no existía certificado de defunción alguno tuyo, por mucha necrológica que se hubiera publicado en el periódico. ¿Y qué hiciste si se puede saber? Pues dar un paso más, construir un nuevo círculo que me ayudara a acercarme a tu existencia, y de ahí surgió un caboverdiano, que fue carcelero en Caxias muchos años atrás, apellidado Almeida pero que le gustaba que lo llamaran Tío Tom, y que tú no habrás olvidado. Desde luego que no, no olvidaré jamás a aquel buen hombre. Me alegro de que reconozcas algo. ¡No sé si odiarte o…! Con qué cariño te recordaba, a golpe de sorbitos de cachaza, hasta el punto de considerarte como una hija, una caboverdiana más, a pesar de tu pelo rubio; la señorita no esperaba ningún niño, me llegó a decir con una dulzura extrema; todo era un gran embrollo, me afirmó de manera contundente; ¡y tanto que lo era, Isabel!, lo tuvo que ser para ti, pues de qué manera pasaste de ser presa de la policía política a hermana de presa que se moría camino del hospital al haberse tragado unos cristales, cómo te fugaste gracias a la ayuda de aquel buen hombre colaborador de la Organización, y hasta me contó, revelando su gran secreto o el secreto de su vida, que el rostro de la Organización era un tal Tiago, fotógrafo de profesión. ¡Eres un maldito sabelotodo! No, Isabel, has sido la obsesión de mi vida. Te engañas de manera miserable: has sido la obsesión de ti mismo. Aunque no lo creas, Isabel, mi cariño fue grande, al verte en aquella fotografía que me dejó Tiago, con un abrigo oscuro en el mostrador de facturación de un aeropuerto y a tu lado una minúscula maleta, camino de Macao, en dirección a la casa de un cura católico, adonde te envió Magda para alejarte definitivamente de la persecución fascista. Caramba, ¿también conociste a Magda? Sí, y hablé con ella gracias a la mediación de un murciélago, en la cueva de Camoes, aunque tú no lo creas. Ya no caben más sorpresas en mí, desde luego. Pues aún tendrás que escuchar unas cuantas más, porque Magda trató de engañarme, afirmándome que tú te habías tragado dos tubos de pastillas con no sé qué agua y que escribiste una carta para ella, una carta de despedida para su amiga Magda. ¿Y no fue así, no morí así? Nadie mejor que tú lo sabes, y también ella o el dichoso murciélago, pues tuvo que reconocer que yo había desenredado la madeja, cuando le dije todo lo que sabía hasta aquel momento, aunque necesitaba un paso más, o el siguiente paso, que no era otro que el de saber quién era el cura de Macao con el que te mandó. ¿Y te lo dijo? Aunque lo sé, porque claro que me lo dijo, también podrías decírmelo tú misma, para que esto no sea un diálogo de sordos. No, yo no, eres tú el obsesionado por conocer de ti a través de mí. Bueno, dejémoslo; como bien sabes, Magda te envió con el padre Domingos, quien dirigía una leprosería en Coloane, pero me encontré con un cura católico que decía conocerlo y me afirmó que había muerto hacía unos seis años, si bien, cuando le enseñé tu foto, a pesar de ser católico, me recomendó que acudiera a un animista, a un poeta animista conocido como el Fantasma que Camina. Claro, ¿y así pasaste de un círculo a otro círculo para satisfacer tu curiosidad? Así es. No tienes derecho a perseguir mis huellas. Sabes que sí, Isabel; pero escucha, el Fantasma que Camina, después de rocambolescas diatribas en torno a su poesía y a la mía, me preguntó que para qué quería yo buscar una sombra que pertenece a la literatura, a lo que le contesté que quizás para hacerla real, para dar un sentido a su vida –tu vida- y a mi descanso. ¿Ves como tengo razón?: ¡si sólo piensas y has pensado en ti! Calla, por favor, Isabel, déjame decirte que el poeta me afirmó que si yo estaba haciendo círculos concéntricos, esos círculos quedaban en manos de mi creatividad e imaginación: he aquí mi interés por ti, sin duda alguna. ¿Y no te dijo nada más ese gran hombre? ¿Te mofas de mí? Quizás. Bueno, no voy a hacer caso de tu actitud hacia mí, pero sí decirte que me remitió a un castillo que debería buscar en la patria de Guillermo Tell, donde encontraría a un hombre, más bien a un santón que venía de la India. Desde luego, es asombrosa tu imaginación, querido. No, Isabel, es asombrosa la vida, nuestras existencias, también asombrosos nuestros recuerdos de las personas que amamos o hemos amado. ¿Todavía te quedan más círculos para completar mi mandala? Sí, Isabel: dos, o uno y el último que eres tú. Soy toda oídos. Gracias por escucharme, en esta trastienda de mala muerte, y ahora más que nunca, porque he decirte algo hermoso, algo bello de una mujer que conocí tras encontrar el castillo de marras… No, si al final me van a conquistar tus palabras. Conocí a Lise, una madre que tuvo un hijo y que la naturaleza se lo arrebató, una mujer que sólo te puedo definir con sus propias palabras: la naturaleza  se había comportado con mi hijo como una madrastra, no queriendo dotarlo de ciertas facultades… yo lo quería como sólo se puede querer a un hijo, porque a un hijo se quiere más que a uno mismo, mucho más que a uno mismo, así se quieren a los hijos. Me pones mala con tus palabras. Escucha, Isabel: aunque Pierre, su hijo, no se comunicaba, tenía su forma de inteligencia, y ella la entendía, de tal manera que él le decía mamá te quiero mucho y la mujer le contestaba Pierre, eres mi vida entera, pero la vida se lo arrebató, porque la vida, según ella no sólo es madrastra sino también malvada, y yo estoy de acuerdo con ella. ¡Me descorazonas!; sigue, por favor. Me alegro de que al fin me entiendas, Isabel; le dije a Lise que yo intentaba llegar a un centro, que había recorrido muchos círculos concéntricos y necesitaba alguna indicación y que por eso había llegado hasta aquel castillo; al final, me preguntó que si yo creía en los círculos concéntricos, pero le dije que no lo sabía, que sólo trataba de buscar, porque lo importante es buscar, cosa de la que ella estuvo en completo acuerdo conmigo. ¿Y no me dices nada más de esa Lise? No, Isabel, sólo me queda el santón, a quien pregunté por ti, si podía darme noticias tuyas, rogándole al propio tiempo que me ayudara para llegar a mi centro, a mi mandala para ti. ¿Y qué te dijo?; desde luego que has terminado por conquistarme, tus palabras me están matando poco a poco, tu voz y tus susurros me enamoran. Me dijo que tú estabas en Nápoles, y ante mi pregunta de a quién debía recurrir para encontrarte, me contestó: los mandala deben ser interpretados, pues de lo contrario sería demasiado fácil buscar el centro, así que me dibujó una luna en el centro de una hoja de escritorio, que debía interpretarla a mi gusto, esperando que mi sensibilidad supiera guiarme. Me estremezco: debería salir cuanto antes de esta trastienda. Espera; déjame terminar, pues ya queda poco de tu mandala. En fin, tú dirás. Terminé conociendo al Violinista Loco, quien se atrevió a decirme que era él quien dirigía los círculos concéntricos o, más bien, sus estaciones, afirmándome que habíamos llegado al centro, al propio tiempo que me pidió tu fotografía para colocarla en el mismo centro del círculo. ¡Dios mío!; no sé si debo seguir escuchándote, la verdad. Fue entonces cuando te vi: tú me tendiste la mano y yo te la estreché, luego tú te levantaste el sombrerito con velete y yo te di un beso en una mejilla. ¡Estás loco! Finalmente, subimos en un trasbordador, tú me dijiste que estábamos en nuestro entonces, que estábamos en la noche que nos dijimos adiós, pero yo te dije que no podíamos estar en el entonces y en el ahora, y luego tú me replicaste que estábamos en el presente de los dos y yo te estaba diciendo adiós. ¡Cómo complicas las cosas, la vida en sí misma! Necesito saber qué ha sido de tu vida, Isabel. Tú ya la sabes toda, has edificado con sabiduría tus círculos, pero pienso, como te he dicho ya de alguna manera, que tú crees haber realizado una búsqueda en pos de mí, pero tu búsqueda era sólo en pos de ti mismo. ¡Maldita sea la vida!; ¡no te entiendo, por Dios! Sólo has querido liberarte de tus remordimientos, no era realmente a mí a quien buscabas, sino a ti mismo. Tú, precisamente tú, no puedes pensar eso de mí, Isabel. Quedas liberado de tus culpas, no tienes culpa alguna, no hay ningún bastardillo tuyo por el mundo, puedes irte en paz, tu mandala se ha completado. ¡Cómo puedes decir eso!; por favor, Isabel, no vuelvas a decirme adiós otra vez. Sí, claro que puedo: adiós, no nos volveremos a ver jamás.