28 mayo, 2009

El bar de las tinieblas rotas





La buscaba a tientas, parecía que sus gafas con cristal de culo de botella no le daban para más. ¿Me dijo una cerveza, verdad? Sí. Una vieja nonagenaria surgió en las tinieblas aún mayores de la cocina, con la mirada clavada en el suelo, corcovada, tambaleante y cara de bruja sin oficio. Ahí tiene: una cerveza. ¿Me la abre, por favor? La vieja le propinó sin compasión un golpe en la espalda ¡Abre las cosas, Juanito, qué si yo no me hubiera abierto para tu padre tú no habrías nacido! El cocinero, gordo redondo y sonrosado, aparecía y desaparecía como por ensalmo en el hueco de la puerta sin puerta, tocándose la narizota, y sonreía a lo tonto. ¡Abierta, señor! Gracias. Fea, inmensamente fea, una madre joven con un bebé rubio y precioso, se paseó tras la barra, miraba y remiraba, salió y se sentó en una banqueta junto al solitario cliente, y el cocinero, raudo, se presentó de nuevo, pero ahora con un plato de potaje, que le sirvió en silencio a la mujer. ¿Quieres pan? Y queso, sí. Otro camarero, copia fiel al primero, con idénticas gafas gruesas y pelo igual de amarillento y zombi de la misma manera, saludó al cliente con mano fláccida y sonrisa bobalicona. Mal andan las cosas. Mal, sí señor. Una bombilla se apagó, para estar más en la penumbra. ¿Me cobra? El segundo camarero miraba las monedas acercándoselas a los ojos y levantándose las gafas, hasta incluso dar la sensación de que las olía, se dirigió a la cocina y regresó con el cambio. Este dinero no da para nada, eh. No, para nada, es verdad. El niño lloraba, la madre seguía comiendo con fruición, la nonagenaria regresó y entró en la cocina subiéndose su pantalón desmedido color caqui, el primer camarero tropezó con dos banquetas cuando se dirigía al baño, el segundo camarero retiró la botella de cerveza ya vacía, el cocinero con la boca llena buscó la mirada del niño y el cliente escupió, con el mayor de los disimulos, el buche de cerveza que pretendía tomarse, sin poder averiguar si lo que percibió en su paladar era algo vivo o muerto, hasta que se levantó con el ánimo roto y dejó caer un adiós asqueado de aquel bar de mala muerte.