13 marzo, 2011

Presentación de la novela "Sentados" de Santiago Gil

Lugar:                                      Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
                                                 Las Palmas de Gran Canaria
Día:                                          Jueves, 10 de marzo de 2011
Hora:                                        20.00

Tuve la oportunidad de leerla, aún en borrador, hace unos meses, y puedo decirles que, en gran medida, me caló hondo, porque me encontré con unas escenas y unos personajes que desprendían, que desprenden, el difícil y además excelso acto de vivir, de respirar, de supervivir también, simple y llanamente apoyándose en las peripecias cotidianas que conforman el universo vital de cada uno.
                  Santiago, sin cortapisas, a borbotones sin duda, comienza su obra narrándonos cómo es Anselmo, cómo vive Anselmo y cómo se desenvuelve Anselmo en unos momentos de su vida donde la soledad parece impregnarlo todo, y los recuerdos, desde cuando revive los años ante los espejos del hotel Ritz, tan particulares para él, hasta aquel encuentro en la calle Preciados, igual de casual como efectivo para su futuro inmediato con la que luego sería su esposa, Ana, precisamente ayudándole a recoger unos libros que a la mujer se le habían caído al suelo.
                  Cito a Santiago: “Cuando limpiaba espejos aprendió que no dependía de nosotros nuestra propia mirada. A veces llegaba eufórico y relajado al trabajo y cuando se ponía a limpiar se encontraba a un hombre aburrido y triste. Intentaba sonreír, pero el espejo reflejaba lo que le daba la gana”.
                  La atmósfera que crea Santiago en su narración desde las primeras páginas de esta novela se nos presenta singular y acogedora, lo que nos permite entrar de inmediato en su mundo novelesco, aun cuando por momentos nos parece agobiante, pero no es un demérito, muy al contrario, sino que logra con ello que el personaje de Anselmo nos transmita su estado vital, su transcurrir atropellado por la existencia cuando ya parece cercano su fin.
                  Con indudable sapiencia, el autor repara en el pasado más lejano del personaje hasta el presente más inmediato, donde los lastres de la vida se comen cualquier atisbo de ilusión. Sin embargo, el autor, con sabiduría, da un giro de 180 grados con unas simples libretas en formato de diario que el personaje compra en el Rastro; y así, con un peculiar diario a la inversa le da, en primera persona, otro cariz a la historia que cuenta, quizás poniéndonos en bandeja las sensibilidades de Anselmo y haciéndonos partícipes de su vida y de todo aquello que le rodea y le distrae, también que le preocupa y le condiciona sin remisión.
                  Cito: “Yo los domingos, después de comer algún menú barato cerca del Rastro, me suelo meter en el cine a dejar que pase la tarde. Es lo que haré hoy. No sé qué película voy a ver. Me da igual la película. Lo único que necesito es la oscuridad de la sala para poder soñar que soy feliz y que Ana está a mi lado lo que dura la proyección”.
                  Nos resulta atractivo comprobar como el escritor, Santiago, en el más puro estilo calderoniano, juega con las palabras para dar continuidad al argumento desde su perspectiva, desde su yo, impidiendo, en cierta medida, que los estados de ánimo del personaje lo invadan todo. De esta manera, acertada por otra parte, se toma esa licencia de autor, porque bien es verdad que la situación que vive el personaje así parece requerirlo para el mejor desarrollo de la novela; y cito una vez más: “Anselmo no cuenta los sueños cuando escribe, o los cuenta y no sabe que lo que escribe lo ha estado soñando hace unos minutos, o a lo mejor todo lo que escribe lo está soñando, lo mismo que todo lo que vive. Nadie puede asegurar cuál es la verdad, y su vida tampoco importa: podría soñar o estar despierto. Eso sólo le importa a él. Yo sí puedo contar sus sueños”.
                  Esa alternancia entre el personaje y el narrador le dan a esta novela un cariz diferente, enriquecedor, sobre todo cuando el autor va más allá de lo que el propio personaje, Anselmo, quiere contar o hacer, o el cómo lo cuenta o lo hace uno u otro. De este modo, el novelista y el personaje parecen confundirse en sus propias realidades, eso sí, sin abandonar el argumento que hace posible esta obra.
                  No quiero dejar pasar por alto dos escenas de la novela que, en gran medida, me impresionaron: la primera, cuando Anselmo, en la misma calle de Preciados donde conoció a su Ana, su esposa, paró a una estudiante, Ángela, para que lo acompañara a su casa; la otra, tan afectiva o más, en la cual su amigo Antonio le pide, le ruega que vaya a verlo al hospital la noche antes de ser operado de un tumor.
                  Bien tenemos asumido los que nos dedicamos a esto de la novela, que nunca se sabe dónde empieza o termina la ficción o la realidad, sin embargo, algo sí es evidente, que poco importa una u otra cuando la historia transmite de verdad y despierta las sensibilidades del lector como ser humano: a mí me ha ocurrido con estas dos escenas, y sin duda que me han afectado. En este sentido, pienso a menudo que las grandes obras de la literatura surgen cuando se acumulan infinidad de escenas de manera continuada que impactan al lector, por tanto, que lo ideal sería escribir una novela llena de escenas tan conseguidas como éstas a las que me he referido.
                  No puedo dejar de hacer mención al devenir de Anselmo, el personaje de esta novela que nos ha traído aquí esta noche, porque para él como para todos, tal vez, los pasos que arman nuestras vidas son tan insospechados que nos pueden encerrar en sí mismos, y ya no por la enfermedad y la vejez, sino por el transcurrir inexorable del tiempo, avasallando los recuerdos, la memoria de cada uno.
                  Por otra parte, citar con verdadero placer, el lugar donde el autor ambienta su novela, ese Madrid tan conocido y agradable para muchos de nosotros, pero también tan inhóspito para un ser como Anselmo envuelto en la soledad, o para cualquiera, o para la misma Ana, el otro personaje de la novela que sustenta la digamos segunda parte de la obra.
                  Como cada cual arrastra sus alegrías y sus penas, también Ana hace repaso de su vida, y aquí el autor parece tener otra mirada, menos determinante o más dulcificada, acompañándose incluso de una visión amorosa, como la historia de amor que condicionó el transcurrir de la mujer a lo largo de tantos años, que luego se pudo hacer realidad, porque nunca es tarde, pero que sí le llegó con tanto retraso que nada fue igual para aquella bedel de la Complutense.
                  Llegado a este estadio de la historia, el lector debería preguntarse si las vidas de todos nosotros son idénticas, o si el autor pretende confirmarnos que, en esencia, el devenir de los seres es tan parecido que conduce siempre hacia la búsqueda de la felicidad tan difícil de conseguir y luego todo se puede quedar en agua de borrajas, o yendo más allá, si es que no sabemos apreciar los momentos placenteros que nos regala la vida porque somos egoístas en esencia. 
                  Ana, por ejemplo, se hace acompañar de sus perros Gilda y Fleko, y se siente feliz con ellos, y habla con ellos, y le preocupa el futuro de ellos mucho más que el de ella misma, porque sabe de la dependencia tan grande que tienen de su existencia.
                  Lo cierto es que Santiago, tanto con Anselmo como ahora con Ana, consigue hacernos ver, o deducir o interpretar a través de la lectura, que cada uno de nosotros como seres humanos coge el tren de su vida, aunque casi nunca para en la estación de los deseos, de nuestros deseos, y cuando lo hace como con Ana, nada tiene sentido cuando uno es feliz, sobre todo si el tiempo se acaba, o piensa que se acaba, porque también nada es definitivo y en la cosas de la felicidad todo es efímero, sin duda.
                  Sólo me queda mencionarles que “Sentados” tiene una tercera parte con final inesperado, donde se produce un forcejeo vital entre Anselmo y Ana, y es aquí cuando el autor, como buen narrador que es, hace aflorar las pequeñas ilusiones y miserias humanas de cada uno de sus personajes, las que conforman el día a día y que por ínfimas no dejan de ser las más importantes, porque es la vida misma.
                  No me gustaría calificar la novela “Sentados” como una novela triste, porque no lo es, sino como una novela hermosa y realista capaz de suscitar la reflexión necesaria que todo ser humano debe practicar sobre su existencia, pues quizás, si así lo hiciéramos, el hombre y la mujer, como entes desde un punto de vista filosófico, se plantearían la vida de una manera muy distinta a como comúnmente lo hacen, lo hacemos por desgracia. Y quiero terminar copiando una frase del autor de “Sentados”, de Santiago Gil, y es aquella donde dice “Sigo acariciando sombras”, y así, también les inculco a todos ustedes que sigan acariciando sombras, pero mejor las sombras del primoroso acto de leer esta novela que no les defraudará y, sobre todo, les hará meditar sobre la existencia de cada uno, al fin y al cabo lo que importa, hasta que llegue el momento de que sólo alguien nos recuerde, que nos ponga en el regazo de su memoria.
                  En cualquier caso, no nos dejemos llevar por el tiempo, porque no hay razón para ello, entonces, robemos al tiempo esos momentos efímeros de la felicidad, disfrutémoslos, y así nuestra existencia será más aprovechada, y hasta justificada, si cabe.
                  Creo que Santiago Gil, con esta novela, ha dado un gran paso adelante en su trayectoria literaria, y por ello tengo que felicitarlo.