Título: Libertad
Autor: Jonathan Franzen
Lugar: Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
Club de Lectura Dolores Campos-Herrero
Fecha: 29 de febrero de 2012
Empezando por donde se debe, el título de la novela
de Jonathan Franzen encierra en sí mismo una simple implicación burlona, de chanza, tan simple y tan irónica
como es la pretensión de cada uno de ser libre en la vida que nos ha tocado
vivir. Al fin y al cabo, el autor impregna la trama de su obra en la angustia
vital que consume al ciudadano de hoy.
El libro no deja de ser una saga que, abarcando tres o cuatro
generaciones, investiga acerca no sólo de la libertad personal de cada uno
sino, y sobre todo, en torno a los pálpitos del deseo en sí mismo rayando en
una radiografía de las costumbres sexuales de los americanos, que abundan en
sobremanera a lo largo del texto, la mayor parte de las veces de manera
innecesaria.
No cabe duda que la novela es un retrato exhaustivo y certero de la
psicología de sus personajes, pero que no nos dirían mucho más si en vez de ser
ciudadanos americanos pudieran ser españoles o alemanes, con las variantes
necesarias, porque no hace otra cosa que recorrer e invadir el marchamo íntimo
de los personajes, eso sí, con una riqueza detallista o meticulosa rayando la
perfección.
Una de esas variantes es, precisamente, el tono político que abarca
con los años posteriores al 11 de Septiembre, el período de mandato de Bush y
la ignominiosa guerra de Irak que provocan el levantamiento del pueblo
americano en pos de la libertad frente al terrorismo, una libertad socavada de
manera tan inaudita como imprevista, comparable sólo a lo ocurrido en Pearl
Harbor, entonces el Pearl Harbor de los nuevos tiempos.
El hecho destacable de esta obra es el cómo, el autor, a través de las
dichas y desdichas de sus personajes, se adentra en la sociedad, investiga
sobre ella y hace aflorar con certeza los tiempos que corren y que condicionan
nuestra existencia y las interrelaciones con los demás.
Con una trama absorbente, aunque a saltos en el tiempo (da la
impresión de un perfecto puzle), Franzen invade el intelecto del individuo y lo
introduce en un universo donde los personajes y el lector parecen conocerse,
incluso verse en el mismo espejo, pasando la ficción a convertirse en una
realidad cercana a cada uno, dando la impresión que Walter Berglund y Patty,
Joey y Jessica, Richard Katz, la misma Dorothy y Joyce, todos ellos, pasan a
ser parte de nuestras vidas, conocidos de siempre, reconocidos en cualquier
esquina: sin duda el mayor valor que encuentro en esta novela.
Al fin y al cabo, la novela no deja de ser, en toda su extensión, una
ardua exploración de un conjunto de vidas que se dejan carcomer por el
transcurso del tiempo existencial.
Acaso, ¿pretende el autor enseñarnos a cómo vivir en libertad? Acaso,
¿confunde el autor libertad y felicidad?
Queda claro en la obra que toda la familia es libre, o intenta serlo o
aplica a sus comportamientos su libre albedrío, pero cada uno de sus
componentes se equivoca, yerra a menudo, y trata de reponerse de sus fracasos
sin contar con la ética necesaria ni familiar ni personal, tampoco con
problemas de conciencia ante un hecho en concreto, para volver a levantarse y
caer de nuevo.
La competencia, la envidia, el egocentrismo, la debilidad de los seres
en su conjunto conllevan a la infelicidad humana cuando en realidad piensan que
van en pos de esa libertad.
No dejan de ser los Berglund, y sus generaciones anterior y posterior,
unos más en la jaula de grillos que se convierte la vida por antonomasia.
En la novela nos hallamos con todos los ingredientes que provocan la
consecución, o no, de la libertad y con ello la felicidad, como las mismas
drogas, el sexo en toda su amplitud, el dinero, los ideales inalcanzables, el
deporte con la competitividad que encierra y hasta el rock and roll en la
persona de Richard Katz, al fin y al cabo el germen que ayudó a encumbrarse y
luego caer al precipicio el matrimonio formado por Walter Berglund y Patty.
Es evidente cómo el autor trata de conseguir la necesaria distancia a
la hora de contar la historia valiéndose de la autobiógrafa, Patty, quien por
recomendación de su psicoterapeuta escribe su vida para superar la depresión,
aunque en muchos momentos influye de manera activa cuando es él, el autor, el
propio el narrador: si nos preocupamos de leer su biografía veremos gran parte
de sí mismo en la novela, sobre todo en sus inquietudes medioambientales
centradas en la conservación de determinadas aves.
Algo muy importante que se desprende en la novela es el conformismo de
sus personajes, por ende, el conformismo de la sociedad americana, porque sólo
tratan de mantener o sostener su libertad personal a costa de lo que sea, pero
no denota una actitud social que luche en común por los intereses de la
colectividad. Es decir, un conformismo social muy propio del egoísmo personal.
Egoísmo es la búsqueda de su felicidad por parte de Patty, aún a costa
de su matrimonio. Egoísmo es conseguir sus objetivos medioambientales,
equivocados o no, de Walter con la Fundación Monte Cerúleo para preservar a la
reinita cerúlea. Egoísmo es la actitud de Joey con Çonnie Monaghan en diversas
ocasiones tras unas pretensiones más o menos espurias según la ocasión. Y así cada uno de los personajes, desde Joyce
a Richard Katz, pasando por Lalitha y todos los demás. Tal vez, lo que intentó
el autor fue decirnos que la vida es una basura, hagas lo que hagas y lo
intentes como lo intentes, para sus personajes y para todos los demás. ¿Quizás que
no merece la pena? No lo creo.
Libertad, de Jonathan Franzen, es una gran novela, alcanzando el carácter del
súmmum de lo intimista.
La libertad no existe cuando la felicidad no aflora en la existencia
del ser humano.
El ser humano, como tal, no es desprendido, ni humilde, entonces es
egoísta, y donde haya egoísmo no hay libertad y donde no hay libertad tampoco
existe la felicidad.
Finalmente, los humanos serán
más o menos felices, y libres, cuando les toque la suerte de que sus
congéneres, sobre todo los que habitualmente les rodean, sean seres que merecen
la pena, aunque esto es menos habitual de lo deseado o pretendido, por
desgracia, tal como ocurrió con Richard Katz, dejando aquel maldito manuscrito
al alcance de quien había sido su mejor amigo, Walter Berglund. Aunque el
tiempo, juez y parte siempre, coloca a cada uno en el pedestal que le
corresponde, como al matrimonio Berglund y a la misma Lalitha motivo de un
logrado y hermoso final.