22 febrero, 2017

Una juventud




Debate:       Una juventud

Autor:        Patrick Modiano

Fecha:        22 de febrero de 2017

Lugar:        Ámbito Cultural de El Corte Inglés

                    LAS PALMAS DE GRAN CANARIA



Nos encontramos ante la obra de un gran maestro de la literatura que, quizá, si nos fiamos de las sensaciones iniciales de lector, nos lleve a equívocos a la hora de hacer un análisis del transcurrir de la misma hasta su punto y final.
Lo primero que sorprende es que el presente solo aparece en las primeras dieciocho páginas de la novela, donde de manera efímera se manifiesta la vida actual de los personajes principales Louis y Odile, pues todo lo demás es pasado, y el pasado de los dos apenas lo envuelve la juventud y el conformismo.
A medida que se avanza en la lectura de Una juventud, de Patrick Modiano, las impresiones no pueden ser más desalentadoras, porque una sucesión de breves escenas, apenas insinuadas, desorientan al lector en gran medida, quien no encuentra ilación alguna en lo que se narra.
Mientras, un buen número de personajes secundarios, que aparecen y desaparecen sin más, se sumergen en el limbo de lo desconocido sin razón aparente, como si temieran ser partícipes de una historia que no les conviene.
De igual manera, nos encontramos con relaciones amorosas que apenas lo parecen, como la de Brossier y Jacqueline y la de Bejardy y Nicole Haas, y escenas de prostitución, en el caso de Odile,  que por su desarrollo superficial podrían ser calificadas como consentidas, cuando realmente surgen por la necesidad, o en otras situaciones similares que, por permitidas, no dejan de ser traumáticas para la protagonista y, sin embargo, suponen en la trama apenas una circunstancia más en la dura vida de una joven que se siente sola y sin amparo, como quien se ha convertido en su pareja después de un encuentro casual, Louis, tan joven y tan solo también.
Eso sí, infinidad de lugares del París de la posguerra, citados con minuciosidad salvo en contadas ocasiones,  enriquecen la lectura de la obra en gran medida.
Sí. Cuesta adentrarse en el mundo que nos propone el autor. El discurrir se hace lento y distante, avanza la novela sin alma, descrita con maestría desde luego, pero apenas apoyada por la continuidad de pasajes evocadores, nada más, que van apareciendo uno tras otro durante el discurrir de la historia y se esfuman a las primeras de cambio.
Si bien, en un momento dado, el interés del lector se despierta como consecuencia de la desconfianza que abruma a Louis en torno a quienes se convierten en sus benefactores primero y hasta mentores después, Bejardy y Brossier, dos hombres de dudosa reputación que se mueven en el mercado negro y en negocios muy poco transparentes que el propio Louis trata de averiguar.
Rematando, una trama efímera y un tanto insustancial, se termina sosteniendo en una operación de tráfico de divisas, la última, que da origen al final de la novela, final que resulta, paradójicamente, el más amable posible para el lector.
De todas formas, como la magia de la narrativa es sobrenatural, quiero pensar que el autor nos pretende resumir todo lo que no nos ha contado aprovechándose de las palabras de Bauer, un personaje que puede muy bien pasar desapercibido en la novela: Pero cuando hojeo este álbum y los miro, uno detrás de otro, me da la impresión de que son olas que han ido rompiendo por turnos.
Entonces Patrick Modiano, en Una juventud, con un estilo distinto y práctica novedosa, nos regala una particular visión de la vida basada en la presencia fugaz como la de las olas, al fin y al cabo cada uno de los acontecimientos más significativos que marcan la existencia del ser humano y van quedando atrás, igual que un trozo de roca cae despacio hacia el mar y desaparece entre un surtidor de espuma.


MI RELACIÓN PERSONAL CON LOUIS Y ODILE


Quedamos en tomarnos unos camparis en el bulevar, para así conocernos mejor. Ella, Odile, me parece una buena mujer, aunque de mirada un tanto sufrida; él, Louis, da la impresión de ser un conformista de la vida. Así, como de soslayo, los dos me han invitado a conocer París y sus andanzas por él cuando eran más jóvenes de lo que además son. La verdad que me crea muchas dudas esta posible amistad. En fin, esperemos a los efectos de los camparis.


Acudimos a la cita puntualmente. El camarero se puso a hablar con Louis, quizá aprovechando para perfeccionar su francés. Mientras, Odile, con un encanto especial, me contaba una anécdota de un travesti español que se buscaba la vida en París, quien en la primera actuación como tal, en una sala de fiestas, cayó fulminado en el escenario antes de empezar, al parecer porque no soportaba la presión del vestido que ella misma junto a su amiga Mary le habían confeccionado en sus ratos libres. La verdad: me sentía cómodo, incluso diría que muy bien, junto a la pareja.


En un momento dado, cuando Louis fue al baño, Odile me lo dijo en voz muy baja: ¿sabes que me he prostituido? Me quedé anonadado, sin palabras también. No sé si lo sabrá Louis, abundó ella. Al fin, le dije algo así: bueno, supongo que has tenido una vida muy complicada. Y traté de explicarme mejor: mira, ¿no has pensado con qué se prostituye una persona a cada instante?, pues nada más y nada menos que con la palabra. Me encanta como hablas, susurró la buena de Odile, y balbuceó apenas: nunca lo había pensado.


Seguíamos allí sentados. La tarde empezaba a refrescar. Miré el reloj: ya llevábamos charlando más de dos horas; y quizá íbamos por la tercera copa, si no por la cuarta, hasta el punto que los ojos de Odile parecían aturdidos. Louis puso su mano sobre mi brazo, me miró fijamente y me dijo: ¿sabes que de joven fui traficante de divisas? No, no lo sabía, le contesté. Sí, podía haber arruinado mi vida, pero la suerte quiso que fuera nuestra salvación y pudiéramos salir de las cloacas donde estábamos sumidos, si bien, no dejo de sentirme perseguido, aunque también feliz, porque gracias a ello Odile y yo somos personas y continuamos embarcados en nuestro amor. A fe que Louis me pareció un pajarillo indefenso, y valioso. 



Una copa de media tarde se había convertido en una serie hasta bien entrada la noche con luna de nieve. Louis y yo estábamos medio borrachos, y Odile, muy serena, brillaba más entre las luces y las sombras, preciosa. El momento era tan placentero que no queríamos despedirnos. Un mirlo sonámbulo se movió entre las palmeras. Mejor aquí que en París, escuché decir apenas a Odile. Me halagaron sus palabras. Al fin nos despedimos abrazándonos, como si nos hubiéramos conocido durante toda la vida, y quedamos para vernos por última vez el próximo día 22, a las siete de la tarde.