Buenos días:
Transcurría
el año 1986. Dos vientres maternos abrigaban la esperanza de traer al mundo otros
tantos seres que dieran alegría y continuidad a sus familias. Al final, una
niña y un niño fueron alumbrados y recibidos en este mundo como si de dos estrellas
se tratara, y sus primeros llantos se convirtieron en música celestial.
Los padres de aquellas criaturas, en los primeros
momentos de sus existencias, jamás
pensaron que, un día como hoy, una niña nacida en una lejana e inmensa nación
se uniría en matrimonio a un niño que vio sus primeras luces en un archipiélago
conformado por siete islas pequeñitas perdidas, o a encontrar, en medio del
océano Atlántico: ¡qué sorpresas más hermosas nos ofrece las circunstancias de
la vida! Pero es más, tampoco ellos mismos, Lucía y Eduardo, pudieron imaginar
que su encuentro de amor y su unión se harían realidad en una nación como
Estados Unidos.
¡Cuántas cosas
inesperadas nos regala la existencia! ¡Cuántos sorprendentes encuentros nos
depara la próxima esquina! ¡Cuántas caricias placenteras nos da la brisa venga
de donde venga! ¡Cuántos gratificantes suspiros nos obsequia la puerta de cada
día!
Esos seres, hoy
protagonistas del futuro de una nueva vida que comienza aquí, porque ellos así
lo han decidido, se han de sentir orgullosos de sus vidas, pues desde muy
pequeños, con una constancia y un trabajo incalculables muy difícil de medir, presididos
siempre por la excelencia académica, han sido capaces de superar las barreras
que va colocando la vida siempre, sobre todo en sus comienzos, cuando la
existencia del ser humano se encuentra con todas las dificultades que impone la
sociedad que nos ha tocado vivir.
Se miraron. Se tomaron
de la mano. Sin moverse, la casualidad quiso que pudieran seguir la estela de
una estrella fugaz que cruzó el cielo, y sonrieron, cómplices de los
sentimientos que desprendían y se regalaban. Entonces decidieron tomar la senda
del amor.
Bueno podría ser que se
nos viniera ahora a la mente un fragmento del dramaturgo y poeta español Pedro
Calderón de la Barca, cuando en su obra teatral La vida es sueño dice:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida?
Una ilusión,
una sombra, una
ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida
es sueño,
y los sueños,
sueños son.
Este
sueño que hoy hacen realidad Lucía y Eduardo, por su propia voluntad, nada
tiene que ver con prisiones como las que sufrió el protagonista Segismundo de
la obra citada, sino con la libertad que les ofrece la juventud de los dos, con
toda una vida por delante llena de proyectos e ilusiones, entonces de sueños
también, los cuales, en este lugar maravilloso, seguro que todos los que
estamos aquí y les acompañamos en algo tan importante para los dos, deseamos de
corazón que se les hagan realidad, pues esos sueños serán sus propias vidas
complementadas por la felicidad y la consecución de los logros que se propongan.
Acompañados
por sus progenitores, por ilustres académicos de la Economía mundial y junto a excelsos
compañeros y amigos fraternos de Eduardo y Lucía, quizá vendría bien recitarles
unos versos del poema Caminante, no hay
camino del poeta español Antonio Machado, con los cuales creo que todos
estaremos de acuerdo en desearle lo mejor a la pareja:
Caminante, son tus huellas
el
camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se
hace camino al andar.
Eduardo,
Lucía: ¡Qué la felicidad les acompañe siempre, sobre todas las cosas!