28 septiembre, 2016

Boda en Bretton Woods




Buenos días:
                        Transcurría el año 1986. Dos vientres maternos abrigaban la esperanza de traer al mundo otros tantos seres que dieran alegría y continuidad a sus familias. Al final, una niña y un niño fueron alumbrados y recibidos en este mundo como si de dos estrellas se tratara, y sus primeros llantos se convirtieron en música celestial.
                         Los padres de aquellas criaturas, en los primeros momentos de sus existencias,  jamás pensaron que, un día como hoy, una niña nacida en una lejana e inmensa nación se uniría en matrimonio a un niño que vio sus primeras luces en un archipiélago conformado por siete islas pequeñitas perdidas, o a encontrar, en medio del océano Atlántico: ¡qué sorpresas más hermosas nos ofrece las circunstancias de la vida! Pero es más, tampoco ellos mismos, Lucía y Eduardo, pudieron imaginar que su encuentro de amor y su unión se harían realidad en una nación como Estados Unidos.
                       ¡Cuántas cosas inesperadas nos regala la existencia! ¡Cuántos sorprendentes encuentros nos depara la próxima esquina! ¡Cuántas caricias placenteras nos da la brisa venga de donde venga! ¡Cuántos gratificantes suspiros nos obsequia la puerta de cada día!
                        Esos seres, hoy protagonistas del futuro de una nueva vida que comienza aquí, porque ellos así lo han decidido, se han de sentir orgullosos de sus vidas, pues desde muy pequeños, con una constancia y un trabajo incalculables muy difícil de medir, presididos siempre por la excelencia académica, han sido capaces de superar las barreras que va colocando la vida siempre, sobre todo en sus comienzos, cuando la existencia del ser humano se encuentra con todas las dificultades que impone la sociedad que nos ha tocado vivir.
                        Se miraron. Se tomaron de la mano. Sin moverse, la casualidad quiso que pudieran seguir la estela de una estrella fugaz que cruzó el cielo, y sonrieron, cómplices de los sentimientos que desprendían y se regalaban. Entonces decidieron tomar la senda del amor.
                        Bueno podría ser que se nos viniera ahora a la mente un fragmento del dramaturgo y poeta español Pedro Calderón de la Barca, cuando en su obra teatral La vida es sueño dice:
                        ¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
 y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
                        Este sueño que hoy hacen realidad Lucía y Eduardo, por su propia voluntad, nada tiene que ver con prisiones como las que sufrió el protagonista Segismundo de la obra citada, sino con la libertad que les ofrece la juventud de los dos, con toda una vida por delante llena de proyectos e ilusiones, entonces de sueños también, los cuales, en este lugar maravilloso, seguro que todos los que estamos aquí y les acompañamos en algo tan importante para los dos, deseamos de corazón que se les hagan realidad, pues esos sueños serán sus propias vidas complementadas por la felicidad y la consecución de los logros que se propongan.
                        Acompañados por sus progenitores, por ilustres académicos de la Economía mundial y junto a excelsos compañeros y amigos fraternos de Eduardo y Lucía, quizá vendría bien recitarles unos versos del poema Caminante, no hay camino del poeta español Antonio Machado, con los cuales creo que todos estaremos de acuerdo en desearle lo mejor a la pareja:
                        Caminante, son tus huellas
                        el camino y nada más;          
                        caminante, no hay camino,   
                        se hace camino al andar.
                        Eduardo, Lucía: ¡Qué la felicidad les acompañe siempre, sobre todas las cosas!