27 julio, 2015

Conversaciones en la trastienda (4)



(Ilustración: Les Alyscamps/Paul Gauguin)


Los colores del sentir


Siempre lo he pensado. ¿A qué te refieres?  Lo tengo claro. No te entiendo. Es del color de las paredes de esta trastienda. ¿De qué me hablas? Del silencio. ¿Quieres decir que el silencio tiene color y, además, es amarillo? Sí, sin duda alguna. ¿Estás bien?: ¿en tus cabales? Nunca he estado mejor. Bueno, si tú lo dices; aunque me vendría de perlas una explicación, por mínima que sea, porque me haces sentir incluso un poco tonto. Es normal. ¿Ah, sí?; ¡caramba!; desde luego, no me había percatado que mi mente es estúpida, porque hasta ahora no ha reconocido color alguno que pinte el silencio. Tampoco te molestes, amigo mío; hay cosas que se les escapan a uno, por muy evidentes que sean. ¿Evidente que el silencio tiene color? Sí, como el desamor, por ejemplo. Ah, que también tiene color el desamor; ¡joder!, me dejas asombrado; ¿y de qué color es el desamor?; dímelo, por favor, para no comprarme jamás una camisa igual. El desamor es de color negro. ¡Vaya!; pues hasta me parece bonito para lo que significa el desamor; sin embargo, no me pega mucho el amarillo para el silencio. Todo tiene su explicación, querido; a ver cómo te lo aclaro: el amarillo es llamativo, de modo que muy parecido al silencio, que también lo es; acaso, ¿no nos pasamos la vida hablando?, pues cuando no lo hacemos llamamos la atención, ¿o no?, parece como si estuviéramos un poco muertos, o perdidos, sin juicio aparente. ¡Caramba con esta trastienda!: ¡cuántas cosas aprende uno aquí dentro! No es el lugar, ni el ambiente que pueda haber, son los pálpitos de la vida, de cada uno, en este caso de mí mismo. Sí, quiero entenderlo. El otro día, y no te lo vas a creer, me topé con la ansiedad. Y tiene color, claro. ¿Te mofas de mí? ¡No, hombre!; pero si el silencio es de color amarillo y el desamor de negro, quiero pensar que la ansiedad también estará pintada; y por qué no, claro, a la vista de tu sabiduría. Aunque sé que no me estás creyendo nada en absoluto, no me importa, porque terminaré convenciéndote de lo que estoy diciendo: ya lo comprobarás cuando salgas de aquí y seas capaz de pensar. ¡Buf!; ahora hasta me asustas, amigo; pero fíjate, me voy a atrever: pintaré para ti la ansiedad, y a lo mejor hasta acierto. Al fin parece que te ha llegado la cordura. La ansiedad, sí, la ansiedad es de color rojo, seguro. No ves más allá, querido amigo, de un palmo de tus narices. ¿Ah, no es de rojo? No, estás confundido; no sé por qué me da que aún no has encontrado una explicación a tu existencia. ¡Joder! De rojo es el amor, hombre; no, si al final vas a ser tonto, y que conste que esto lo has dicho tú, no yo. ¿El amor de rojo?; ¡caramba, caramba!; pues si te digo la verdad, yo lo hacía blanco, blanco y puro con un toque cristalino. ¡La ansiedad sí que es de color blanco!; piensa un poco, ¡por Dios!; ¿en qué mundo vives o qué has hecho de tu vida en este mundo?; me resulta inexplicable que estés tan ciego, o seas tan ciego de la realidad de tu existencia. Dame una explicación, por favor, pues me estás hundiendo en la miseria: ¿cómo puede ser blanca la ansiedad? Simple y llanamente porque la pureza que encierra el blanco es inalcanzable, amigo mío, y todos tratamos de alcanzarla para encontrar la paz, pero nunca la hallamos, y eso se convierte en un sinvivir, y eso es la ansiedad mostrando su blancura, siempre presente como una novia también de blanco que jamás llega al altar, porque algo o alguien se lo impide. ¡Me vuelves loco!; ¡ya creo que estoy loco de remate!; ¡quiero acabar con esta conversación! Tampoco te lo tomes así. Dime, al menos, por qué el desamor es negro, y ni una palabra más. Porque se le ha apagado la luz al corazón, sin más. ¡Nunca más pisaré esta trastienda que ahora me parece inmunda! No me digas eso, amigo mío, que sabes bien de nuestro aprecio mutuo durante tantos años. Me voy, jamás volveré aquí, salvo que encuentre el color de mi alma, que no sé si será igual que el de la tuya.