04 abril, 2014

El papá y el hasta pronto


(Ilustración: Salvador Dalí; Muchacha en la ventana)


El papá caminaba taciturno, en la madrugada despiadada. Encendió su primer cigarrillo de la nueva jornada, aprovechando, antes de llegar a la terminal del aeropuerto. Cruzó el paso de cebra y vio a aquella linda chica morena, de ojos negro azabache, que le sonrió sin ton ni son, como ofreciéndole unos buenos días cariñosos, cercanos, buscadores, hasta amorosos llegó a imaginar. Entonces el papá pensó que no todo en la vida tenía que ser tristeza, más bien, que la vida siempre la dulcifica algo inesperado, como aquella hermosura que ahora caminaba delante de él. Y miró el papá el reloj, y su trasero; y buscó el papá el horizonte que no pudo hallar por la oscuridad, y su trasero; y aceleró sus pasos el papá para adelantarla, y no ensimismarse en su trasero. Pero todo quedó en el olvido, muy pronto, pues la vida, como solía decir el papá a menudo, es una rueda de molino, mientras gira y muele, porque ilusiona. Hasta que llegó el momento de la despedida, al fin y al cabo lo que había llevado al papá allí, a aquel lugar triste por antonomasia cuando se aleja lo que más quieres, cuando la distancia puede más que el amor o cuando el aroma del amor se extravía pariendo la soledad; y entonces, el papá se sumió en la tristeza de siempre, compungido, a lo mejor hasta lloroso, y sabedor donde tenía sus dos grandes amores, ni las manos de la reaparecida linda chica morena acariciando sus manos levantó el espíritu del papá.