12 noviembre, 2008

La hormiga bailarina


(Ilustración: Romina Biassoni)



La hormiga bailarina era tan y tan soñadora que un día, la muy ilusa, decidió bailar un rock and roll en la luna. Y una noche esperó a que la luna apareciera en el horizonte, se subió a lo más alto de un ciprés y quiso volar hasta tan lejos.

Pero se olvidó de que ella no era una hormiga voladora.


Moraleja: No trates de volar si no tienes alas.

30 octubre, 2008

El hombre y el templo de las piedras


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Podría parecer un asceta, o quizás un pequeño dios de piedra, pero era sólo un pobre hombre que trataba de buscar el motivo de su existencia a través de las cuatro estaciones del año. Y así, entre nombres de los más raros escuchados, pronunciaba uno a cada instante, ante las atónitas miradas de muchos y las sonrisas de los ignorantes y las muecas de desprecio de los imbéciles, hasta que repitió uno hasta la saciedad y cayó de bruces muerto en dirección a la puerta principal, por donde nacía el sol.
—Kalasasaya, Kalasasaya, Kalasasaya —fue lo último que pronunció el pobre hombre.
—La gente está loca, caballero —dijo un idiota más.

28 octubre, 2008

Pachamama, ayúdame


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Sentado. Encogido. Las manos en los lóbulos de sus orejas y los codos apoyados en las rodillas. El feto de una llama ensangrentando su regazo. Una voz en su interior que le machacaba las sienes. Los ojos cerrados. El camino y su sombra: la sombra de su sombra. Una lágrima furtiva y un suspiro derrotado. El cielo, su cielo. La tierra, su tierra. Los sones de una música desconocida. El alma, su alma, que no el corazón, su corazón. Estaba perdido el hombre, y pedía ayuda, toda la ayuda del mundo, pero nadie se la ofrecía, hasta que surgió Pachamama, nunca se supo de dónde, de las entrañas de la tierra quizás, porque del cielo nadie vio llegar algo.

—Tenemos hambre: ayúdanos, Pachamama —musitó apenas el hombre, y poco después se le vio sonreír.


Putuputuni o los huecos del amor


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Modoso y celoso. Alterado, vivaracho y sosegado como en un sarcófago. Gracioso, serio, vertical y anfitrión del éxtasis. Oculto, aireado, oloroso, cantarín y adornado para el placer. Ambicioso, soñador, intérprete, suave, pasional y encantador de serpientes. Peludo, labial, ardiente, inerte, bandido, húmedo y creador de existencia.
—¿De qué escribe, hombre de Dios? —dijo el feligrés después de leer aquel dichoso papel emborronado.
—Del hueco de la vida, simplemente. ¿O es que no lo sabe? —replicó el cura, sabedor.

El Dios llorón


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Sentado, con los ojos tristes, el viejo buscaba en el cosmos su vida ya perdida, y sólo encontraba lunas que se reían, cóndores que lo atacaban, serpientes que se le enredaban en el mismo corazón.
—Ande, abuelo: levántese, y no piense.
No movía un músculo. La cara, deforme, como una máscara, no dejaba reflejar cosa alguna; la piel, con decenas de círculos de vejez; y los ojos, y los ojos siempre en busca de su sol.
Quizás, el viejo, buscaba el calendario de la vida que ya no le quedaba, o acaso se encomendaba al Dios llorón.

El hombre puma

(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)

El hombre y la mujer apilaban piedras una a una entre besos efímeros y sonrisas
desprendidas, a hurtadillas. Quizás buscaban la felicidad que no tenían, o el amor que se les escurría entre las manos cada vez que lo intentaban. Y entonces, cuando creían llegar a donde estaba el amor, la pila se fue con estrépito al suelo enterrando sus piernas y también sus corazones.
Ella lloró, y él levantó su hacha de guerra, pero de nada le sirvió a pesar de ser Chachapuma.
—¡Chachapumaaaaaa! —llevaba el eco.
—¡Aillasgaaaaaa! —devolvía el viento.

27 octubre, 2008

La alborada de los picapedreros


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


En cuclillas, charlaban los hombres en voz muy baja a la espera de su sol, para emprender la jornada. Observaban, entre las luces y las sombras, el trabajo de años y de vidas. Cabezas y más cabezas, todas diferentes, los acechaban, y asentían apoyando la tarea que iban a emprender como cada día. Y todos supieron, desde entonces, que un cuchicheo que duraría siglos, hasta ahora mismo, recorrería templos y muros y pirámides y monolitos esculpidos y portales y hasta palacios funerarios como regalo a la humanidad.