Corrían los chiquillos detrás de una pelota multicolor como si les fuera la vida, mientras gritaban y reían sin parar. Bailaban los viejos con ilusión al son de una música de antaño y se cruzaban miradas repletas de ilusión, todavía. Los hombres jóvenes buscaban el amor trabando alguna frase que otra con las chicas en edad de merecer, lindas como ellas solas. Alguien que pasaba gritó: ¡feliz Navidad!; y todos se dieron cuenta entonces del día que era, por casualidad.
21 diciembre, 2011
19 septiembre, 2011
La muñeca de su triste devenir
La noche se echaba encima. Una brisa persistente le calaba hasta los
huesos. Las calles, casi desiertas, le parecían traidoras, y hasta esperaba en
cada esquina que le saliera algún malandrín y lo acuchillara para quitarle las
tres monedas que llevaba en los bolsillos. Pero logró llegar al portal del
viejo edificio donde vivía, sacó las llaves y abrió, subió las escaleras a
duras penas hasta el tercer piso, empujó la puerta de su casa, encendió la luz,
suspiró, buscó lo único que merecía la pena en su vida y la levantó, alzándola
hasta que los labios de los dos se juntaron, y luego, él, con actitud
desprendida, recorrió todo su cuerpo, como si quisiera agradecerle su lealtad y
su paciencia, acariciándole los senos con parsimonia, trasladando las yemas de
sus dedos por los costados de ella hasta apretar sus nalgas inertes, frías,
como la misma muerte, pero ella no estaba muerta, al contrario, muy viva para
él, quizás sólo para él, aunque jamás podría encontrar el calor humano en aquel
artilugio que le recomendaron para combatir su soledad intransigente, y su
maltrecha vejez. A pesar de todo, escuchó un reproche: a su entender, un
efímero reproche, algo así como has llegado tarde, hombre de Dios.
13 marzo, 2011
Presentación de la novela "Sentados" de Santiago Gil
Lugar: Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
Las Palmas de Gran Canaria
Día: Jueves, 10 de marzo de 2011
Hora: 20.00
Tuve la oportunidad de leerla, aún en borrador, hace unos meses, y puedo decirles que, en gran medida, me caló hondo, porque me encontré con unas escenas y unos personajes que desprendían, que desprenden, el difícil y además excelso acto de vivir, de respirar, de supervivir también, simple y llanamente apoyándose en las peripecias cotidianas que conforman el universo vital de cada uno.
Santiago, sin cortapisas, a borbotones sin duda, comienza su obra narrándonos cómo es Anselmo, cómo vive Anselmo y cómo se desenvuelve Anselmo en unos momentos de su vida donde la soledad parece impregnarlo todo, y los recuerdos, desde cuando revive los años ante los espejos del hotel Ritz, tan particulares para él, hasta aquel encuentro en la calle Preciados, igual de casual como efectivo para su futuro inmediato con la que luego sería su esposa, Ana, precisamente ayudándole a recoger unos libros que a la mujer se le habían caído al suelo.
Cito a Santiago: “Cuando limpiaba espejos aprendió que no dependía de nosotros nuestra propia mirada. A veces llegaba eufórico y relajado al trabajo y cuando se ponía a limpiar se encontraba a un hombre aburrido y triste. Intentaba sonreír, pero el espejo reflejaba lo que le daba la gana”.
La atmósfera que crea Santiago en su narración desde las primeras páginas de esta novela se nos presenta singular y acogedora, lo que nos permite entrar de inmediato en su mundo novelesco, aun cuando por momentos nos parece agobiante, pero no es un demérito, muy al contrario, sino que logra con ello que el personaje de Anselmo nos transmita su estado vital, su transcurrir atropellado por la existencia cuando ya parece cercano su fin.
Con indudable sapiencia, el autor repara en el pasado más lejano del personaje hasta el presente más inmediato, donde los lastres de la vida se comen cualquier atisbo de ilusión. Sin embargo, el autor, con sabiduría, da un giro de 180 grados con unas simples libretas en formato de diario que el personaje compra en el Rastro; y así, con un peculiar diario a la inversa le da, en primera persona, otro cariz a la historia que cuenta, quizás poniéndonos en bandeja las sensibilidades de Anselmo y haciéndonos partícipes de su vida y de todo aquello que le rodea y le distrae, también que le preocupa y le condiciona sin remisión.
Cito: “Yo los domingos, después de comer algún menú barato cerca del Rastro, me suelo meter en el cine a dejar que pase la tarde. Es lo que haré hoy. No sé qué película voy a ver. Me da igual la película. Lo único que necesito es la oscuridad de la sala para poder soñar que soy feliz y que Ana está a mi lado lo que dura la proyección”.
Nos resulta atractivo comprobar como el escritor, Santiago, en el más puro estilo calderoniano, juega con las palabras para dar continuidad al argumento desde su perspectiva, desde su yo, impidiendo, en cierta medida, que los estados de ánimo del personaje lo invadan todo. De esta manera, acertada por otra parte, se toma esa licencia de autor, porque bien es verdad que la situación que vive el personaje así parece requerirlo para el mejor desarrollo de la novela; y cito una vez más: “Anselmo no cuenta los sueños cuando escribe, o los cuenta y no sabe que lo que escribe lo ha estado soñando hace unos minutos, o a lo mejor todo lo que escribe lo está soñando, lo mismo que todo lo que vive. Nadie puede asegurar cuál es la verdad, y su vida tampoco importa: podría soñar o estar despierto. Eso sólo le importa a él. Yo sí puedo contar sus sueños”.
Esa alternancia entre el personaje y el narrador le dan a esta novela un cariz diferente, enriquecedor, sobre todo cuando el autor va más allá de lo que el propio personaje, Anselmo, quiere contar o hacer, o el cómo lo cuenta o lo hace uno u otro. De este modo, el novelista y el personaje parecen confundirse en sus propias realidades, eso sí, sin abandonar el argumento que hace posible esta obra.
No quiero dejar pasar por alto dos escenas de la novela que, en gran medida, me impresionaron: la primera, cuando Anselmo, en la misma calle de Preciados donde conoció a su Ana, su esposa, paró a una estudiante, Ángela, para que lo acompañara a su casa; la otra, tan afectiva o más, en la cual su amigo Antonio le pide, le ruega que vaya a verlo al hospital la noche antes de ser operado de un tumor.
Bien tenemos asumido los que nos dedicamos a esto de la novela, que nunca se sabe dónde empieza o termina la ficción o la realidad, sin embargo, algo sí es evidente, que poco importa una u otra cuando la historia transmite de verdad y despierta las sensibilidades del lector como ser humano: a mí me ha ocurrido con estas dos escenas, y sin duda que me han afectado. En este sentido, pienso a menudo que las grandes obras de la literatura surgen cuando se acumulan infinidad de escenas de manera continuada que impactan al lector, por tanto, que lo ideal sería escribir una novela llena de escenas tan conseguidas como éstas a las que me he referido.
No puedo dejar de hacer mención al devenir de Anselmo, el personaje de esta novela que nos ha traído aquí esta noche, porque para él como para todos, tal vez, los pasos que arman nuestras vidas son tan insospechados que nos pueden encerrar en sí mismos, y ya no por la enfermedad y la vejez, sino por el transcurrir inexorable del tiempo, avasallando los recuerdos, la memoria de cada uno.
Por otra parte, citar con verdadero placer, el lugar donde el autor ambienta su novela, ese Madrid tan conocido y agradable para muchos de nosotros, pero también tan inhóspito para un ser como Anselmo envuelto en la soledad, o para cualquiera, o para la misma Ana, el otro personaje de la novela que sustenta la digamos segunda parte de la obra.
Como cada cual arrastra sus alegrías y sus penas, también Ana hace repaso de su vida, y aquí el autor parece tener otra mirada, menos determinante o más dulcificada, acompañándose incluso de una visión amorosa, como la historia de amor que condicionó el transcurrir de la mujer a lo largo de tantos años, que luego se pudo hacer realidad, porque nunca es tarde, pero que sí le llegó con tanto retraso que nada fue igual para aquella bedel de la Complutense.
Llegado a este estadio de la historia, el lector debería preguntarse si las vidas de todos nosotros son idénticas, o si el autor pretende confirmarnos que, en esencia, el devenir de los seres es tan parecido que conduce siempre hacia la búsqueda de la felicidad tan difícil de conseguir y luego todo se puede quedar en agua de borrajas, o yendo más allá, si es que no sabemos apreciar los momentos placenteros que nos regala la vida porque somos egoístas en esencia.
Ana, por ejemplo, se hace acompañar de sus perros Gilda y Fleko, y se siente feliz con ellos, y habla con ellos, y le preocupa el futuro de ellos mucho más que el de ella misma, porque sabe de la dependencia tan grande que tienen de su existencia.
Ana, por ejemplo, se hace acompañar de sus perros Gilda y Fleko, y se siente feliz con ellos, y habla con ellos, y le preocupa el futuro de ellos mucho más que el de ella misma, porque sabe de la dependencia tan grande que tienen de su existencia.
Lo cierto es que Santiago, tanto con Anselmo como ahora con Ana, consigue hacernos ver, o deducir o interpretar a través de la lectura, que cada uno de nosotros como seres humanos coge el tren de su vida, aunque casi nunca para en la estación de los deseos, de nuestros deseos, y cuando lo hace como con Ana, nada tiene sentido cuando uno es feliz, sobre todo si el tiempo se acaba, o piensa que se acaba, porque también nada es definitivo y en la cosas de la felicidad todo es efímero, sin duda.
Sólo me queda mencionarles que “Sentados” tiene una tercera parte con final inesperado, donde se produce un forcejeo vital entre Anselmo y Ana, y es aquí cuando el autor, como buen narrador que es, hace aflorar las pequeñas ilusiones y miserias humanas de cada uno de sus personajes, las que conforman el día a día y que por ínfimas no dejan de ser las más importantes, porque es la vida misma.
No me gustaría calificar la novela “Sentados” como una novela triste, porque no lo es, sino como una novela hermosa y realista capaz de suscitar la reflexión necesaria que todo ser humano debe practicar sobre su existencia, pues quizás, si así lo hiciéramos, el hombre y la mujer, como entes desde un punto de vista filosófico, se plantearían la vida de una manera muy distinta a como comúnmente lo hacen, lo hacemos por desgracia. Y quiero terminar copiando una frase del autor de “Sentados”, de Santiago Gil, y es aquella donde dice “Sigo acariciando sombras”, y así, también les inculco a todos ustedes que sigan acariciando sombras, pero mejor las sombras del primoroso acto de leer esta novela que no les defraudará y, sobre todo, les hará meditar sobre la existencia de cada uno, al fin y al cabo lo que importa, hasta que llegue el momento de que sólo alguien nos recuerde, que nos ponga en el regazo de su memoria.
En cualquier caso, no nos dejemos llevar por el tiempo, porque no hay razón para ello, entonces, robemos al tiempo esos momentos efímeros de la felicidad, disfrutémoslos, y así nuestra existencia será más aprovechada, y hasta justificada, si cabe.
Creo que Santiago Gil, con esta novela, ha dado un gran paso adelante en su trayectoria literaria, y por ello tengo que felicitarlo.
23 diciembre, 2010
Un calendario para sobrevivir y soñar
ENERO
Cada uno coge el tren de su vida, aunque casi nunca para en la estación de los deseos.
FEBRERO
Si andas los pasos de los demás no esperes divisar tu huella.
MARZO
Quise morirme, y ya hacía tiempo que era una simple estatua de carne.
ABRIL
Escribir es comunicar con belleza, o nada.
MAYO
Cuando la envidia nace corrompe a la persona.
JUNIO
La vida no deja de ser una casualidad.
JULIO
¡Mi pequeño dios ni marcha ni convive con los mezquinos!
AGOSTO
Ay, jugador vicioso, cuándo has visto disparar a un cazador sin liebre a la vista.
SEPTIEMBRE
No busques la huella de mi luz amorosa cuando el corazón se me haya apagado.
OCTUBRE
Tu desnudez habla por ti para mí, no lo dudes.
NOVIEMBRE
El arte siempre está en la naturaleza, por innovador que sea.
DICIEMBRE
En la vida todas las cartas están marcadas, por más que intentes evitarlo.


Felicitación navideña 2010
(Ilustración: Flor de un día)
El niño tiró del brazo del padre y le preguntó qué significaba la Navidad para la gente. El padre se rascó la cabeza, pensó lo que pudo y terminó diciéndole que era algo así como flor de un día, pero el niño no entendió. Luego, a duras penas, el hombre, mientras le revolvía el flequillo, le dijo que se trataba de días donde todos mentían mucho sin razón aparente. Finalmente, el niño, listo como él solo, replicó que ah, claro, pues entonces, y no te enfades, hoy te puedo gritar ¡feliz Navidad!


30 noviembre, 2010
Amor y guerra y figuritas de porcelana
(Ilustración: EFE/Un tanque ruso decorado con flores rojas en Praga)
(Fragmento de la novela "Una rosa en la penumbra" leído en CanariasAhora Radio el día 30 de noviembre de 2010)
El volumen de la radio estaba alto, quizás demasiado. La voz del locutor era tan buena que por sí sola merecía la pena escuchar lo que fuera, incluso las malas noticias. Carmela, la Dichosa, lo miraba con cara de loba que está a punto de atacar a su presa.
Desde ayer, tropas rusas avanzan sobre Checoslovaquia.
Con una pericia digna de encomio, le desabrochó y le quitó la camisa y luego hizo lo mismo con su blusa, tirando enseguida las dos prendas sobre una silla con exactitud milimétrica dejándolas casi colocadas para que no se arrugaran demasiado.
Mientras ayer ardía Saigón, hoy París se ha convertido en la sede de la guerra y de la paz.
El pantalón y los zapatos de Antuán Constantino desaparecieron como por arte de magia, y la falda negra de Carmela, la Dichosa.
Al mismo tiempo que americanos y vietnamitas inician los tanteos para el futuro acuerdo, los estudiantes franceses asolan la ciudad de París.
Las bragas y el sujetador de la mujer acabaron enseguida bajo la almohada, acompañados de los calzoncillos ennegrecidos y raídos de Antuán, que por el miedo más parecía que estuviera en el mismo centro de la ciudad de Saigón.
Más de quinientos heridos y otros tantos detenidos ayer, durante las manifestaciones del barrio latino.
Y ya no logró escuchar ni una sola noticia más, porque Carmela empezó a transitar con las manos de santa que Dios le había dado todo su cuerpo, y después con los labios despegados de par en par, desde la frente a los pies sin obviar zona alguna, es más, deteniéndose en las principales, pero desgraciadamente Antuán no reaccionaba como en medio de los callejones de la calle Sola, dejando en el risco con sus eyaculaciones figuritas de humedad parecidas a la porcelana, sino que se echó a llorar y a temblar como una vara verde, quizás porque le daba grima, o asco, y pena a la vez.


02 noviembre, 2010
Doblan las campanas para un adiós
(Ilustración: García Cabrera 2010/Campanario de Vega de San Mateo)
(Escrito y leído para CanariasAhora Radio el día 2 de noviembre de 2010)
Doblaban las campanas en la iglesia del pueblo. Los lugareños pululaban por los alrededores como esperando algo, un no sé qué. Un hombre, enjuto y vestido de negro, se paró en seco en medio de la plazoleta, cerró los ojos y quiso sentirse aislado de todo, quizás intentando alejarse algo de la vida, de su vida, y de hallarse un poco muerto, también. Las campanas seguían majaderas. Un niño se acercó al hombre, tiró de su pantalón y le preguntó algo así como si estaba durmiendo de pie, pero el hombre no se inmutó, no movió un solo músculo de su cuerpo, es más, parecía que no respirara. Con una sonrisa pícara, el niño adoptó la misma postura, frente a frente, tal vez tratando de averiguar qué podía sentir el hombre de aquella manera, como un pasmarote idiota, o simplemente deseando estar mucho más cerca de él, seguro. Lejana, se escuchó la voz fea de una mujer que gritaba tratando de llegar al lugar cuanto antes. Y no se supo nada más de los dos, lo juraron todos hasta la extenuación.

(Escrito y leído para CanariasAhora Radio el día 2 de noviembre de 2010)
Doblaban las campanas en la iglesia del pueblo. Los lugareños pululaban por los alrededores como esperando algo, un no sé qué. Un hombre, enjuto y vestido de negro, se paró en seco en medio de la plazoleta, cerró los ojos y quiso sentirse aislado de todo, quizás intentando alejarse algo de la vida, de su vida, y de hallarse un poco muerto, también. Las campanas seguían majaderas. Un niño se acercó al hombre, tiró de su pantalón y le preguntó algo así como si estaba durmiendo de pie, pero el hombre no se inmutó, no movió un solo músculo de su cuerpo, es más, parecía que no respirara. Con una sonrisa pícara, el niño adoptó la misma postura, frente a frente, tal vez tratando de averiguar qué podía sentir el hombre de aquella manera, como un pasmarote idiota, o simplemente deseando estar mucho más cerca de él, seguro. Lejana, se escuchó la voz fea de una mujer que gritaba tratando de llegar al lugar cuanto antes. Y no se supo nada más de los dos, lo juraron todos hasta la extenuación.


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