12 abril, 2012

Retazos I





"Pensador perdido

Dijo hoy con firmeza, aunque fue hace lustros.


El hallador

Buscaba pan y encontró hierba, por eso se puso a balar. 

Adiós último

Al amigo la pérdida de su mujer lo dejó envuelto en la soledad, y lloraba.


El viejo

Cuando bajó por la alcantarilla se sintió una miserable rata.


El cólera

El cólera del amor acabó con ella sin remedio aparente.


Sinsentido

El pobre se declaró en huelga sin saber que ya estaba muerto.


El entierro

Camino del cementerio, ella sólo pensaba en el pene del muerto. 



10 marzo, 2012

La "Libertad" según Franzen



Título: Libertad
Autor: Jonathan Franzen
Lugar: Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
Club de Lectura Dolores Campos-Herrero
Fecha: 29 de febrero de 2012


Empezando por donde se debe, el título de la novela de Jonathan Franzen encierra en sí mismo una simple implicación  burlona, de chanza, tan simple y tan irónica como es la pretensión de cada uno de ser libre en la vida que nos ha tocado vivir. Al fin y al cabo, el autor impregna la trama de su obra en la angustia vital que consume al ciudadano de hoy.
El libro no deja de ser una saga que, abarcando tres o cuatro generaciones, investiga acerca no sólo de la libertad personal de cada uno sino, y sobre todo, en torno a los pálpitos del deseo en sí mismo rayando en una radiografía de las costumbres sexuales de los americanos, que abundan en sobremanera a lo largo del texto, la mayor parte de las veces de manera innecesaria.
No cabe duda que la novela es un retrato exhaustivo y certero de la psicología de sus personajes, pero que no nos dirían mucho más si en vez de ser ciudadanos americanos pudieran ser españoles o alemanes, con las variantes necesarias, porque no hace otra cosa que recorrer e invadir el marchamo íntimo de los personajes, eso sí, con una riqueza detallista o meticulosa rayando la perfección.
Una de esas variantes es, precisamente, el tono político que abarca con los años posteriores al 11 de Septiembre, el período de mandato de Bush y la ignominiosa guerra de Irak que provocan el levantamiento del pueblo americano en pos de la libertad frente al terrorismo, una libertad socavada de manera tan inaudita como imprevista, comparable sólo a lo ocurrido en Pearl Harbor, entonces el Pearl Harbor de los nuevos tiempos.  
El hecho destacable de esta obra es el cómo, el autor, a través de las dichas y desdichas de sus personajes, se adentra en la sociedad, investiga sobre ella y hace aflorar con certeza los tiempos que corren y que condicionan nuestra existencia y las interrelaciones con los demás.
Con una trama absorbente, aunque a saltos en el tiempo (da la impresión de un perfecto puzle), Franzen invade el intelecto del individuo y lo introduce en un universo donde los personajes y el lector parecen conocerse, incluso verse en el mismo espejo, pasando la ficción a convertirse en una realidad cercana a cada uno, dando la impresión que Walter Berglund y Patty, Joey y Jessica, Richard Katz, la misma Dorothy y Joyce, todos ellos, pasan a ser parte de nuestras vidas, conocidos de siempre, reconocidos en cualquier esquina: sin duda el mayor valor que encuentro en esta novela.
Al fin y al cabo, la novela no deja de ser, en toda su extensión, una ardua exploración de un conjunto de vidas que se dejan carcomer por el transcurso del tiempo existencial.
Acaso, ¿pretende el autor enseñarnos a cómo vivir en libertad? Acaso, ¿confunde el autor libertad y felicidad?
Queda claro en la obra que toda la familia es libre, o intenta serlo o aplica a sus comportamientos su libre albedrío, pero cada uno de sus componentes se equivoca, yerra a menudo, y trata de reponerse de sus fracasos sin contar con la ética necesaria ni familiar ni personal, tampoco con problemas de conciencia ante un hecho en concreto, para volver a levantarse y caer de nuevo. 
La competencia, la envidia, el egocentrismo, la debilidad de los seres en su conjunto conllevan a la infelicidad humana cuando en realidad piensan que van en pos de esa libertad.
No dejan de ser los Berglund, y sus generaciones anterior y posterior, unos más en la jaula de grillos que se convierte la vida por antonomasia.
En la novela nos hallamos con todos los ingredientes que provocan la consecución, o no, de la libertad y con ello la felicidad, como las mismas drogas, el sexo en toda su amplitud, el dinero, los ideales inalcanzables, el deporte con la competitividad que encierra y hasta el rock and roll en la persona de Richard Katz, al fin y al cabo el germen que ayudó a encumbrarse y luego caer al precipicio el matrimonio formado por Walter Berglund y Patty.
Es evidente cómo el autor trata de conseguir la necesaria distancia a la hora de contar la historia valiéndose de la autobiógrafa, Patty, quien por recomendación de su psicoterapeuta escribe su vida para superar la depresión, aunque en muchos momentos influye de manera activa cuando es él, el autor, el propio el narrador: si nos preocupamos de leer su biografía veremos gran parte de sí mismo en la novela, sobre todo en sus inquietudes medioambientales centradas en la conservación de determinadas aves.
Algo muy importante que se desprende en la novela es el conformismo de sus personajes, por ende, el conformismo de la sociedad americana, porque sólo tratan de mantener o sostener su libertad personal a costa de lo que sea, pero no denota una actitud social que luche en común por los intereses de la colectividad. Es decir, un conformismo social muy propio del egoísmo personal.
Egoísmo es la búsqueda de su felicidad por parte de Patty, aún a costa de su matrimonio. Egoísmo es conseguir sus objetivos medioambientales, equivocados o no, de Walter con la Fundación Monte Cerúleo para preservar a la reinita cerúlea. Egoísmo es la actitud de Joey con Çonnie Monaghan en diversas ocasiones tras unas pretensiones más o menos espurias según la ocasión.  Y así cada uno de los personajes, desde Joyce a Richard Katz, pasando por Lalitha y todos los demás. Tal vez, lo que intentó el autor fue decirnos que la vida es una basura, hagas lo que hagas y lo intentes como lo intentes, para sus personajes y para todos los demás. ¿Quizás que no merece la pena? No lo creo.
Libertad, de Jonathan Franzen, es una gran novela, alcanzando el carácter del súmmum de lo intimista.
La libertad no existe cuando la felicidad no aflora en la existencia del ser humano.
El ser humano, como tal, no es desprendido, ni humilde, entonces es egoísta, y donde haya egoísmo no hay libertad y donde no hay libertad tampoco existe la felicidad.
Finalmente, los humanos  serán más o menos felices, y libres, cuando les toque la suerte de que sus congéneres, sobre todo los que habitualmente les rodean, sean seres que merecen la pena, aunque esto es menos habitual de lo deseado o pretendido, por desgracia, tal como ocurrió con Richard Katz, dejando aquel maldito manuscrito al alcance de quien había sido su mejor amigo, Walter Berglund. Aunque el tiempo, juez y parte siempre, coloca a cada uno en el pedestal que le corresponde, como al matrimonio Berglund y a la misma Lalitha motivo de un logrado y hermoso final. 

21 diciembre, 2011

Felicitación Navidad 2011





Corrían los chiquillos detrás de una pelota multicolor como si les fuera la vida, mientras gritaban y reían sin parar. Bailaban los viejos con ilusión al son de una música de antaño y se cruzaban miradas repletas de ilusión, todavía. Los hombres jóvenes buscaban el amor trabando alguna frase que otra con las chicas en edad de merecer, lindas como ellas solas. Alguien que pasaba gritó: ¡feliz Navidad!; y todos se dieron cuenta entonces del día que era, por casualidad.


19 septiembre, 2011

La muñeca de su triste devenir





La noche se echaba encima. Una brisa persistente le calaba hasta los huesos. Las calles, casi desiertas, le parecían traidoras, y hasta esperaba en cada esquina que le saliera algún malandrín y lo acuchillara para quitarle las tres monedas que llevaba en los bolsillos. Pero logró llegar al portal del viejo edificio donde vivía, sacó las llaves y abrió, subió las escaleras a duras penas hasta el tercer piso, empujó la puerta de su casa, encendió la luz, suspiró, buscó lo único que merecía la pena en su vida y la levantó, alzándola hasta que los labios de los dos se juntaron, y luego, él, con actitud desprendida, recorrió todo su cuerpo, como si quisiera agradecerle su lealtad y su paciencia, acariciándole los senos con parsimonia, trasladando las yemas de sus dedos por los costados de ella hasta apretar sus nalgas inertes, frías, como la misma muerte, pero ella no estaba muerta, al contrario, muy viva para él, quizás sólo para él, aunque jamás podría encontrar el calor humano en aquel artilugio que le recomendaron para combatir su soledad intransigente, y su maltrecha vejez. A pesar de todo, escuchó un reproche: a su entender, un efímero reproche, algo así como has llegado tarde, hombre de Dios.

13 marzo, 2011

Presentación de la novela "Sentados" de Santiago Gil

Lugar:                                      Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés
                                                 Las Palmas de Gran Canaria
Día:                                          Jueves, 10 de marzo de 2011
Hora:                                        20.00

Tuve la oportunidad de leerla, aún en borrador, hace unos meses, y puedo decirles que, en gran medida, me caló hondo, porque me encontré con unas escenas y unos personajes que desprendían, que desprenden, el difícil y además excelso acto de vivir, de respirar, de supervivir también, simple y llanamente apoyándose en las peripecias cotidianas que conforman el universo vital de cada uno.
                  Santiago, sin cortapisas, a borbotones sin duda, comienza su obra narrándonos cómo es Anselmo, cómo vive Anselmo y cómo se desenvuelve Anselmo en unos momentos de su vida donde la soledad parece impregnarlo todo, y los recuerdos, desde cuando revive los años ante los espejos del hotel Ritz, tan particulares para él, hasta aquel encuentro en la calle Preciados, igual de casual como efectivo para su futuro inmediato con la que luego sería su esposa, Ana, precisamente ayudándole a recoger unos libros que a la mujer se le habían caído al suelo.
                  Cito a Santiago: “Cuando limpiaba espejos aprendió que no dependía de nosotros nuestra propia mirada. A veces llegaba eufórico y relajado al trabajo y cuando se ponía a limpiar se encontraba a un hombre aburrido y triste. Intentaba sonreír, pero el espejo reflejaba lo que le daba la gana”.
                  La atmósfera que crea Santiago en su narración desde las primeras páginas de esta novela se nos presenta singular y acogedora, lo que nos permite entrar de inmediato en su mundo novelesco, aun cuando por momentos nos parece agobiante, pero no es un demérito, muy al contrario, sino que logra con ello que el personaje de Anselmo nos transmita su estado vital, su transcurrir atropellado por la existencia cuando ya parece cercano su fin.
                  Con indudable sapiencia, el autor repara en el pasado más lejano del personaje hasta el presente más inmediato, donde los lastres de la vida se comen cualquier atisbo de ilusión. Sin embargo, el autor, con sabiduría, da un giro de 180 grados con unas simples libretas en formato de diario que el personaje compra en el Rastro; y así, con un peculiar diario a la inversa le da, en primera persona, otro cariz a la historia que cuenta, quizás poniéndonos en bandeja las sensibilidades de Anselmo y haciéndonos partícipes de su vida y de todo aquello que le rodea y le distrae, también que le preocupa y le condiciona sin remisión.
                  Cito: “Yo los domingos, después de comer algún menú barato cerca del Rastro, me suelo meter en el cine a dejar que pase la tarde. Es lo que haré hoy. No sé qué película voy a ver. Me da igual la película. Lo único que necesito es la oscuridad de la sala para poder soñar que soy feliz y que Ana está a mi lado lo que dura la proyección”.
                  Nos resulta atractivo comprobar como el escritor, Santiago, en el más puro estilo calderoniano, juega con las palabras para dar continuidad al argumento desde su perspectiva, desde su yo, impidiendo, en cierta medida, que los estados de ánimo del personaje lo invadan todo. De esta manera, acertada por otra parte, se toma esa licencia de autor, porque bien es verdad que la situación que vive el personaje así parece requerirlo para el mejor desarrollo de la novela; y cito una vez más: “Anselmo no cuenta los sueños cuando escribe, o los cuenta y no sabe que lo que escribe lo ha estado soñando hace unos minutos, o a lo mejor todo lo que escribe lo está soñando, lo mismo que todo lo que vive. Nadie puede asegurar cuál es la verdad, y su vida tampoco importa: podría soñar o estar despierto. Eso sólo le importa a él. Yo sí puedo contar sus sueños”.
                  Esa alternancia entre el personaje y el narrador le dan a esta novela un cariz diferente, enriquecedor, sobre todo cuando el autor va más allá de lo que el propio personaje, Anselmo, quiere contar o hacer, o el cómo lo cuenta o lo hace uno u otro. De este modo, el novelista y el personaje parecen confundirse en sus propias realidades, eso sí, sin abandonar el argumento que hace posible esta obra.
                  No quiero dejar pasar por alto dos escenas de la novela que, en gran medida, me impresionaron: la primera, cuando Anselmo, en la misma calle de Preciados donde conoció a su Ana, su esposa, paró a una estudiante, Ángela, para que lo acompañara a su casa; la otra, tan afectiva o más, en la cual su amigo Antonio le pide, le ruega que vaya a verlo al hospital la noche antes de ser operado de un tumor.
                  Bien tenemos asumido los que nos dedicamos a esto de la novela, que nunca se sabe dónde empieza o termina la ficción o la realidad, sin embargo, algo sí es evidente, que poco importa una u otra cuando la historia transmite de verdad y despierta las sensibilidades del lector como ser humano: a mí me ha ocurrido con estas dos escenas, y sin duda que me han afectado. En este sentido, pienso a menudo que las grandes obras de la literatura surgen cuando se acumulan infinidad de escenas de manera continuada que impactan al lector, por tanto, que lo ideal sería escribir una novela llena de escenas tan conseguidas como éstas a las que me he referido.
                  No puedo dejar de hacer mención al devenir de Anselmo, el personaje de esta novela que nos ha traído aquí esta noche, porque para él como para todos, tal vez, los pasos que arman nuestras vidas son tan insospechados que nos pueden encerrar en sí mismos, y ya no por la enfermedad y la vejez, sino por el transcurrir inexorable del tiempo, avasallando los recuerdos, la memoria de cada uno.
                  Por otra parte, citar con verdadero placer, el lugar donde el autor ambienta su novela, ese Madrid tan conocido y agradable para muchos de nosotros, pero también tan inhóspito para un ser como Anselmo envuelto en la soledad, o para cualquiera, o para la misma Ana, el otro personaje de la novela que sustenta la digamos segunda parte de la obra.
                  Como cada cual arrastra sus alegrías y sus penas, también Ana hace repaso de su vida, y aquí el autor parece tener otra mirada, menos determinante o más dulcificada, acompañándose incluso de una visión amorosa, como la historia de amor que condicionó el transcurrir de la mujer a lo largo de tantos años, que luego se pudo hacer realidad, porque nunca es tarde, pero que sí le llegó con tanto retraso que nada fue igual para aquella bedel de la Complutense.
                  Llegado a este estadio de la historia, el lector debería preguntarse si las vidas de todos nosotros son idénticas, o si el autor pretende confirmarnos que, en esencia, el devenir de los seres es tan parecido que conduce siempre hacia la búsqueda de la felicidad tan difícil de conseguir y luego todo se puede quedar en agua de borrajas, o yendo más allá, si es que no sabemos apreciar los momentos placenteros que nos regala la vida porque somos egoístas en esencia. 
                  Ana, por ejemplo, se hace acompañar de sus perros Gilda y Fleko, y se siente feliz con ellos, y habla con ellos, y le preocupa el futuro de ellos mucho más que el de ella misma, porque sabe de la dependencia tan grande que tienen de su existencia.
                  Lo cierto es que Santiago, tanto con Anselmo como ahora con Ana, consigue hacernos ver, o deducir o interpretar a través de la lectura, que cada uno de nosotros como seres humanos coge el tren de su vida, aunque casi nunca para en la estación de los deseos, de nuestros deseos, y cuando lo hace como con Ana, nada tiene sentido cuando uno es feliz, sobre todo si el tiempo se acaba, o piensa que se acaba, porque también nada es definitivo y en la cosas de la felicidad todo es efímero, sin duda.
                  Sólo me queda mencionarles que “Sentados” tiene una tercera parte con final inesperado, donde se produce un forcejeo vital entre Anselmo y Ana, y es aquí cuando el autor, como buen narrador que es, hace aflorar las pequeñas ilusiones y miserias humanas de cada uno de sus personajes, las que conforman el día a día y que por ínfimas no dejan de ser las más importantes, porque es la vida misma.
                  No me gustaría calificar la novela “Sentados” como una novela triste, porque no lo es, sino como una novela hermosa y realista capaz de suscitar la reflexión necesaria que todo ser humano debe practicar sobre su existencia, pues quizás, si así lo hiciéramos, el hombre y la mujer, como entes desde un punto de vista filosófico, se plantearían la vida de una manera muy distinta a como comúnmente lo hacen, lo hacemos por desgracia. Y quiero terminar copiando una frase del autor de “Sentados”, de Santiago Gil, y es aquella donde dice “Sigo acariciando sombras”, y así, también les inculco a todos ustedes que sigan acariciando sombras, pero mejor las sombras del primoroso acto de leer esta novela que no les defraudará y, sobre todo, les hará meditar sobre la existencia de cada uno, al fin y al cabo lo que importa, hasta que llegue el momento de que sólo alguien nos recuerde, que nos ponga en el regazo de su memoria.
                  En cualquier caso, no nos dejemos llevar por el tiempo, porque no hay razón para ello, entonces, robemos al tiempo esos momentos efímeros de la felicidad, disfrutémoslos, y así nuestra existencia será más aprovechada, y hasta justificada, si cabe.
                  Creo que Santiago Gil, con esta novela, ha dado un gran paso adelante en su trayectoria literaria, y por ello tengo que felicitarlo.

23 diciembre, 2010

Un calendario para sobrevivir y soñar


ENERO
Cada uno coge el tren de su vida, aunque casi nunca para en la estación de los deseos.
FEBRERO
Si andas los pasos de los demás no esperes divisar tu huella.
MARZO
Quise morirme, y ya hacía tiempo que era una simple estatua de carne.
ABRIL
Escribir es comunicar con belleza, o nada.
MAYO
Cuando la envidia nace corrompe a la persona.
JUNIO
La vida no deja de ser una casualidad.
JULIO
¡Mi pequeño dios ni marcha ni convive con los mezquinos!
AGOSTO
Ay, jugador vicioso, cuándo has visto disparar a un cazador sin liebre a la vista.
SEPTIEMBRE
No busques la huella de mi luz amorosa cuando el corazón se me haya apagado.
OCTUBRE
Tu desnudez habla por ti para mí, no lo dudes.
NOVIEMBRE
El arte siempre está en la naturaleza, por innovador que sea.
DICIEMBRE
En la vida todas las cartas están marcadas, por más que intentes evitarlo.

Felicitación navideña 2010


(Ilustración: Flor de un día)

 


El niño tiró del brazo del padre y le preguntó qué significaba la Navidad para la gente. El padre se rascó la cabeza, pensó lo que pudo y terminó diciéndole que era algo así como flor de un día, pero el niño no entendió. Luego, a duras penas, el hombre, mientras le revolvía el flequillo, le dijo que se trataba de días donde todos mentían mucho sin razón aparente. Finalmente, el niño, listo como él solo, replicó que ah, claro, pues entonces, y no te enfades, hoy te puedo gritar ¡feliz Navidad!