La noche se echaba encima. Una brisa persistente le calaba hasta los
huesos. Las calles, casi desiertas, le parecían traidoras, y hasta esperaba en
cada esquina que le saliera algún malandrín y lo acuchillara para quitarle las
tres monedas que llevaba en los bolsillos. Pero logró llegar al portal del
viejo edificio donde vivía, sacó las llaves y abrió, subió las escaleras a
duras penas hasta el tercer piso, empujó la puerta de su casa, encendió la luz,
suspiró, buscó lo único que merecía la pena en su vida y la levantó, alzándola
hasta que los labios de los dos se juntaron, y luego, él, con actitud
desprendida, recorrió todo su cuerpo, como si quisiera agradecerle su lealtad y
su paciencia, acariciándole los senos con parsimonia, trasladando las yemas de
sus dedos por los costados de ella hasta apretar sus nalgas inertes, frías,
como la misma muerte, pero ella no estaba muerta, al contrario, muy viva para
él, quizás sólo para él, aunque jamás podría encontrar el calor humano en aquel
artilugio que le recomendaron para combatir su soledad intransigente, y su
maltrecha vejez. A pesar de todo, escuchó un reproche: a su entender, un
efímero reproche, algo así como has llegado tarde, hombre de Dios.
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5 comentarios:
A pesar de todo la vida no se le había escapado de la mano.
Querido Antolín:
Buen relato sobre el autentico drama de la soledad.
Un beso grande.
Como siempre, me alegra leer tus relatos. La soledad, sin buscarla, es muy dificil de llevar, y tu relato la describe a la perfeccion. Es frustrante buscar donde se sabe que nada se va a encontrar. Un abrazo. Manuel G.
Querido Antolín,
Hay en la vuelta del personaje a casa un halo de crudeza cinematográfica que me trasladó inmediatamente al film español tipo Los lunes al sol.
El hastio existencial que rezuma tu prosa breve no es gratuito, escogido a la carta en el diván del escritor, sino que se materializa como la secreción literaria del ciudadano de hoy mismo bajo el rodillo de un sistema social depredador: el capitalismo.
Yo lo veo así, acertado y contundente, con final animado.
Gracias por el enlace, estamos en on!
S.
Muy triste la soledad, pero mucho más la vejez.Has estado acertadísimo.Un abrazo.
Ya soy anciano. Me encantaría llegar a casa lleno de miedo, pero así de caliente, aunque se la tuviese que meter al microondas. Buen relato. Un saludo.
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