(Ilustración: Salvador Dalí; Muchacha en la ventana)
El papá caminaba taciturno, en
la madrugada despiadada. Encendió su primer cigarrillo de la nueva jornada,
aprovechando, antes de llegar a la terminal del aeropuerto. Cruzó el paso de
cebra y vio a aquella linda chica morena, de ojos negro azabache, que le sonrió
sin ton ni son, como ofreciéndole unos buenos días cariñosos, cercanos,
buscadores, hasta amorosos llegó a imaginar. Entonces el papá pensó que no todo
en la vida tenía que ser tristeza, más bien, que la vida siempre la dulcifica
algo inesperado, como aquella hermosura que ahora caminaba delante de él. Y
miró el papá el reloj, y su trasero; y buscó el papá el horizonte que no pudo
hallar por la oscuridad, y su trasero; y aceleró sus pasos el papá para
adelantarla, y no ensimismarse en su trasero. Pero todo quedó en el olvido, muy
pronto, pues la vida, como solía decir el papá a menudo, es una rueda de
molino, mientras gira y muele, porque ilusiona. Hasta que llegó el momento de
la despedida, al fin y al cabo lo que había llevado al papá allí, a aquel lugar
triste por antonomasia cuando se aleja lo que más quieres, cuando la distancia
puede más que el amor o cuando el aroma del amor se extravía pariendo la
soledad; y entonces, el papá se sumió en la tristeza de siempre, compungido, a
lo mejor hasta lloroso, y sabedor donde tenía sus dos grandes amores, ni las
manos de la reaparecida linda chica morena acariciando sus manos levantó el
espíritu del papá.
2 comentarios:
Brillante....como siempre. Felicidades Antolin y gracias por compaetirlo con tus amigos
Muchas gracias, querido amigo.
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