09 octubre, 2014

Conversaciones en la trastienda (1)


(Ilustración: Los borrachos/Velázquez)


Puedes pasar. Gracias. Este es mi refugio, o mi nido. ¿De amor? Ni muchísimo menos. Parece un sitio agradable, la verdad. Siéntate. ¿En el camastro? Igual prefieres en esta silla, aunque la verdad sea dicha: es como mi trono aquí. Eso está bien: sea respetada su majestad. Perdona que no te haya invitado antes; quizás he debido hacerlo desde muchos años atrás, pero nunca me he atrevido contigo, y mira que ha pasado gente por aquí. Bueno, amigo, nunca es tarde; aunque cierto es que me ha extrañado mucho tu invitación. Necesito hablar contigo, y sólo contigo ahora mismo, porque me has parecido siempre alguien inalcanzable, o superior a los demás. ¡Buf!, espero que no me vayas a hacer una proposición deshonesta. No, hombre: ¡por Dios!; estoy yo para esa clase de cosas. Pues tú dirás. He pensado en matarme. ¿En suicidarte, dices? Así es. ¡No me jodas!; ¿y para eso me has elegido a mí, después de tanto tiempo? Ya te lo dije: te tengo en alta consideración. Para eso no se necesita alforjas, sólo valor, ni amigos a quien hacer pasar un mal trago. ¿Te interesan las razones? La verdad que no, pensándolo bien. Me decepcionas. ¿Cómo lo vas a hacer? ¿El qué? La manera, la forma de quitarte la vida. No lo sé, había pensado al principio que lo ideal sería una inyección de algo, pero me parece un tanto cobarde, de modo que mejor morir ahorcado, para que cuando me encuentren puedan valorar mi valentía, y admiren mi cuerpo pendiendo como el badajo de una campana, elegante a pesar de todo. ¿No será para que se compadezcan de ti?; así, de esa forma, dejando en el recuerdo de los demás la imagen de un buen tendero colgado por el forajido de turno del Oeste: ¡solemne estupidez! No se trata de eso; si al menos hubieras deseado escuchar mis razones. Dame una sola porque, al fin y al cabo, la vida también es una sola, sin retorno. Jamás he sido feliz un instante. Entonces ya estás muerto, desde siempre, así que no te tomes la molestia.