30 octubre, 2008

El hombre y el templo de las piedras


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Podría parecer un asceta, o quizás un pequeño dios de piedra, pero era sólo un pobre hombre que trataba de buscar el motivo de su existencia a través de las cuatro estaciones del año. Y así, entre nombres de los más raros escuchados, pronunciaba uno a cada instante, ante las atónitas miradas de muchos y las sonrisas de los ignorantes y las muecas de desprecio de los imbéciles, hasta que repitió uno hasta la saciedad y cayó de bruces muerto en dirección a la puerta principal, por donde nacía el sol.
—Kalasasaya, Kalasasaya, Kalasasaya —fue lo último que pronunció el pobre hombre.
—La gente está loca, caballero —dijo un idiota más.

28 octubre, 2008

Pachamama, ayúdame


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Sentado. Encogido. Las manos en los lóbulos de sus orejas y los codos apoyados en las rodillas. El feto de una llama ensangrentando su regazo. Una voz en su interior que le machacaba las sienes. Los ojos cerrados. El camino y su sombra: la sombra de su sombra. Una lágrima furtiva y un suspiro derrotado. El cielo, su cielo. La tierra, su tierra. Los sones de una música desconocida. El alma, su alma, que no el corazón, su corazón. Estaba perdido el hombre, y pedía ayuda, toda la ayuda del mundo, pero nadie se la ofrecía, hasta que surgió Pachamama, nunca se supo de dónde, de las entrañas de la tierra quizás, porque del cielo nadie vio llegar algo.

—Tenemos hambre: ayúdanos, Pachamama —musitó apenas el hombre, y poco después se le vio sonreír.


Putuputuni o los huecos del amor


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Modoso y celoso. Alterado, vivaracho y sosegado como en un sarcófago. Gracioso, serio, vertical y anfitrión del éxtasis. Oculto, aireado, oloroso, cantarín y adornado para el placer. Ambicioso, soñador, intérprete, suave, pasional y encantador de serpientes. Peludo, labial, ardiente, inerte, bandido, húmedo y creador de existencia.
—¿De qué escribe, hombre de Dios? —dijo el feligrés después de leer aquel dichoso papel emborronado.
—Del hueco de la vida, simplemente. ¿O es que no lo sabe? —replicó el cura, sabedor.

El Dios llorón


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Sentado, con los ojos tristes, el viejo buscaba en el cosmos su vida ya perdida, y sólo encontraba lunas que se reían, cóndores que lo atacaban, serpientes que se le enredaban en el mismo corazón.
—Ande, abuelo: levántese, y no piense.
No movía un músculo. La cara, deforme, como una máscara, no dejaba reflejar cosa alguna; la piel, con decenas de círculos de vejez; y los ojos, y los ojos siempre en busca de su sol.
Quizás, el viejo, buscaba el calendario de la vida que ya no le quedaba, o acaso se encomendaba al Dios llorón.

El hombre puma

(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)

El hombre y la mujer apilaban piedras una a una entre besos efímeros y sonrisas
desprendidas, a hurtadillas. Quizás buscaban la felicidad que no tenían, o el amor que se les escurría entre las manos cada vez que lo intentaban. Y entonces, cuando creían llegar a donde estaba el amor, la pila se fue con estrépito al suelo enterrando sus piernas y también sus corazones.
Ella lloró, y él levantó su hacha de guerra, pero de nada le sirvió a pesar de ser Chachapuma.
—¡Chachapumaaaaaa! —llevaba el eco.
—¡Aillasgaaaaaa! —devolvía el viento.

27 octubre, 2008

La alborada de los picapedreros


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


En cuclillas, charlaban los hombres en voz muy baja a la espera de su sol, para emprender la jornada. Observaban, entre las luces y las sombras, el trabajo de años y de vidas. Cabezas y más cabezas, todas diferentes, los acechaban, y asentían apoyando la tarea que iban a emprender como cada día. Y todos supieron, desde entonces, que un cuchicheo que duraría siglos, hasta ahora mismo, recorrería templos y muros y pirámides y monolitos esculpidos y portales y hasta palacios funerarios como regalo a la humanidad.

Aruskipasipxañakasakipuniraskispawa o conviene dialogar


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


—¿Decía usted? —dijo el tihuanaquense.
—No —contestó el otro sentado bajo la Puerta del Sol.
—¡No diga usted que no, buen hombre!
—¿Y por qué no?
—Porque el no niega la vida —replicó el tihuanaquense.
—La vida la niega el hombre.
—No: la vida la niega el Sol Nuestro Señor.
—Ha dicho no, pobre hombre —acabó replicando el malencarado.

El retrato de tu ayer


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Soñaba que había vivido antes, que esculpía la piedra y trabajaba el metal, que navegaba por el lago Titicaca y se asomaba a la ventana del mar abierto donde hallaba el horizonte del mañana, incluso que su padre era el Sol y su madre la Luna, también que conocía y dominaba la ciencia, y cuando despertó, sonriente con cara de hombre feliz, se vio retratado, en una vasija rota por el tiempo, mostrando el orgullo de hombre que deja huella al pasar.
—¿Es usted tiahuanacota? —le preguntaron.
—Así es. ¡Y a mucha honra, amigo mío! —contestó desde lo más alto que quedaba de aquella pirámide.

La luz del amanecer


(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)


Escuchó el berrido de su amada dentro de aquella cueva donde se ayuntaron con apenas quince años, y a fe que el hombre se estremeció, y a fe que aquel hombre sintió que se quedaba sin alma y sin corazón, como si fuera la muerte quien lo poseía, la misma muerte que a su entender acababa de llevarse a su amada al parir, y entró buscando en la penumbra el cuerpo frío de su compañera.
—Aquí tienes la luz del amanecer, hombre mío —dijo ella.
—Kantatayita se llamará —logró susurrar el hombre entre sollozos cogiendo aquella hermosura entre sus manos.

22 octubre, 2008

Seísmo en la oficina


(Ilustración: Velázquez/El dios Marte)


Andaba la oficina soliviantada de repente. Los cuchicheos no cesaban: iban y venían de una esquina a otra, botaban y rebotaban en las cuatro paredes. Uno decía que era verdad, que el Babas había hecho un comentario que lo confirmaba todo, algo así como que sus abundantes carnes nunca habían disfrutado de una sensación semejante; otro, por su parte, repetía que el Palomo se jactaba de decir que, al fin, había encontrado el deseo y la pasión; los demás, en corrillos aquí y allá y entre dimes y diretes, apostaban que había sido en el baño o en el archivo, en el coche de el Babas o en el garaje contra una columna, aunque alguno afirmó que había sido sobre la mesa de el Babas una tarde que se quedaron solos en la oficina y que los bramidos de éste se escucharon hasta en la iglesia durante la misa y que sus sudores encharcaron más de un expediente.
—Ay, el amor, Babitas —llegó a decirle el más atrevido.
—¡Tú tanto presumir de mujeres, Palomo, y ahora para esto! —susurró otro, sin dejarse oír, mientras movía unos papeles a la altura de la cara para tapar su sonrisa maliciosa.

13 octubre, 2008

¡Feliz en tu día!

(Autora foto: Margarita Ramírez)

El hijo más querido del mundo, incluso en el seno materno, nació con parsimonia, y lo nombramos Eduardo: ése eres tú.
Recuerdo al niñito apenas parido de ojos despiertos y observadores, junto a su madre, en la mejor madrugada de mi vida: me miró, lo miré, nos miramos, y pasé las yemas de mis dedos por el dorso de sus manitas recién oreadas a la vida. Hoy, en la lejanía, tú, donde desde chico quisiste estar, en Harvard, no te podemos regalar un “lego” para imitar a quien tanto te gustaba, el poderoso hidalgo Don Quijote de la Mancha, pero sí las palabras más sentidas y amorosas de papá y mamá, para felicitarte por tu santo.