
(Ilustración: Miguel Hidalgo/Sobre Tiwanaku)
Podría parecer un asceta, o quizás un pequeño dios de piedra, pero era sólo un pobre hombre que trataba de buscar el motivo de su existencia a través de las cuatro estaciones del año. Y así, entre nombres de los más raros escuchados, pronunciaba uno a cada instante, ante las atónitas miradas de muchos y las sonrisas de los ignorantes y las muecas de desprecio de los imbéciles, hasta que repitió uno hasta la saciedad y cayó de bruces muerto en dirección a la puerta principal, por donde nacía el sol.
—Kalasasaya, Kalasasaya, Kalasasaya —fue lo último que pronunció el pobre hombre.
—La gente está loca, caballero —dijo un idiota más.
—Kalasasaya, Kalasasaya, Kalasasaya —fue lo último que pronunció el pobre hombre.
—La gente está loca, caballero —dijo un idiota más.