06 agosto, 2015

Conversaciones en la trastienda (5)


(Ilustración: Mujer joven en el espejo/Giovanni Bellini)


                                    Ay, las desdichas del ayer


Siempre tan comedida. Nunca había pisado esta trastienda. Ya lo sé, pero como con todo, una vez es la primera. ¿Me puedo sentar aquí, frente al espejo? Sí, muchísimo más deseable: así te veo por partida doble. ¿Es un cumplido? No: una simple realidad. Se ha hablado tanto de este lugar, cuántos comentarios escuchados, que siempre he estado temerosa de que algún día me invitaras, como lo has hecho ahora: espero no arrepentirme. No vas a tener un porqué. Aunque a fuerza de ser sincera, te puedo decir que desde joven, me ha llamado mucho la atención este sitio, sobre todo porque me preguntaba qué harías tú aquí con la gente que a menudo solías invitar desde tantos años atrás, incluso antes de morir tus padres, un muchacho apenas. Sí, es verdad: te podría decir que aquí he escondido mi vida, desde niño. ¿Escondido o aireado? Tal vez las dos cosas, sí, pensándolo bien, pero sobre todo este lugar me ha permitido vivir con intensidad cada uno de los pasos en que he ido volcando mi existencia. ¿Con hechos? Desde luego que con hechos, aunque la mayor parte con palabras, al fin y al cabo, la manera más perfecta de proyectar y sostener una vida. ¿No dicen que las palabras se las lleva el viento? Todo lo contrario, amiga: las palabras rezuman cada una de nuestras vivencias, y las hace perennes, gracias a la memoria. ¿Todas las palabras? Si no todas, al menos las que te llegan al corazón, que son las importantes, y las que caen en el pozo del sufrimiento, que te suelen marcar de por vida. Qué trascendentales nos estamos poniendo, ¿no? Tal vez porque este encuentro no ha llegado en su debido momento. ¿Tú crees? Estoy convencido; aún te recuerdo cuando venías a comprar, siempre presumiendo de tus largas trenzas, unas veces tiradas sobre la espalda y otras resguardando tus senos. Te ruego que no sigas por ese camino, por favor. El tiempo pasa, pero las sensaciones agradables quedan, se estancan en la memoria, igual que las palabras como te dije antes. ¡Cuántas historias de amor no habrás vivido entre estas cuatro paredes! Menos de las que piensas, puedes estar segura. Siempre te percibí como algo inalcanzable, alguien a quien quise conocer y jamás me atreví a dar el paso necesario. Tú también fuiste para mí, primero de niña y después ya de mujer, un tanto singular, yo diría que una persona inaccesible, pues siempre encontraba como que había una barrera infranqueable entre los dos, sin motivo aparente. Bueno, las cosas de la vida. No creas; piensa en las cosas de los sentidos, de los dobles sentidos que nos cuidan de los peligros que acechan sin poderlos evitar. ¿Peligros? Sí, sin duda: la atracción personal es el mayor peligro ante el que se puede enfrentar el ser humano en sus convivencias diarias. No debería ser así, ¿no te parece?; es más, tendría que ser todo lo contrario. Quizás; puede ser, amiga; sin embargo, pienso que es algo así como hacer frente a lo imprevisto, más bien ser cauto ante lo susceptible de no poderse dominar. ¿Estamos hablando del amor? Mejor de cuando la atracción es amorosa, sin duda. No vine a tu trastienda para hablar de esto, entre otras cosas porque nos hallamos ante un terreno minado para los dos, además de irreversible, y que ahora con esta conversación se nos están confirmando, haciendo palpables, todos nuestros buenos o malos presagios. Cierto, querida: sin saberlo, hemos asfixiado nuestros sentimientos durante años. No creo que sea así, todo lo contrario: con caridad te digo que ha sido a sabiendas, y yo sin apenas darme cuenta, pero a sabiendas; de todas formas, creo que debería levantarme y salir de esta trastienda cuanto antes. Espero, deseo sobre todo, que no sea esta la primera y la última vez que acompañes mi soledad. No creo que tú hayas conocido jamás la soledad, hombre de Dios; ¡mira que hablarme a mí de soledad! Aún podremos tener hijos, querida: ¡siempre hay tiempo para el amor! También para el odio, no lo dudes. Acaso, acaso ¿me odias? ¡Con toda mi alma!, ¡con todo mi corazón! No te entiendo, amiga: necesito una explicación. Que las paredes de esta trastienda te la den y que el espejo donde nos reflejamos ahora mismo transmita las imágenes de quienes han estado aquí antes que yo. Recuerda, o escucha: nunca debe ser tarde para nada, y menos para el amor. No, escucha tú: el tiempo pasa, pero las lágrimas nunca se secan, porque una a una se van estancando en el corazón, sobre todo cuando te han ignorado de manera lacerante, sin compasión.